Segunda parte.
El escritor contó la segunda parte de una de las historias más terribles de la Patagonia
Federico Andahazi: “Después de tres abusos, el último a la mismísima ahijada del jefe de la Policía, por fin, lo pudieron atrapar. Para sorpresa de la población, resultó que el pervertido era el oficial Gómez Rouco, Segundo Jefe de la Policía, que escondía su identidad bajo un pasamontañas negro”
Alfredo, ayer comencé a contarte una historia poco conocida que ocurrió en el año 1982 en la provincia de Santa Cruz.
Repasemos: hizo su aparición en la tranquila Río Gallegos, un personaje temible: “El sátiro del pasamontañas”. Así bautizaron los medios al primer violador serial de la Patagonia, porque atacaba sexualmente, de manera brutal, a sus víctimas, mujeres menores, con la cara cubierta.
Después de tres abusos, el último a la mismísima ahijada del jefe de la Policía, por fin, lo pudieron atrapar. Para sorpresa de la población, resultó que el pervertido era el oficial Gómez Rouco, Segundo Jefe de la Policía, que escondía su identidad bajo un pasamontañas negro.
Te decía que el fiscal del caso fue Rafael Flores, un gran abogado y una gran persona, y que ejerció una acusación impecable contra el policía violador. Te decía también que Flores ya conocía al tal Gomez Rouco porque él mismo había sido objeto de un torpe intento de espionaje por parte del policía. Así me lo relató el propio Rafael Flores al entrevistarlo para mi libro “Pecadores y pecadoras”:
“Yo lo había tratado anteriormente a Gómez Ruoco porque él se presentó en mi estudio una tarde. Era un tipo lúcido, educado. Había llegado hacía poco a Río Gallegos y, con la excusa de presentarse, en realidad me estaba interrogando, quería saber en qué andaba yo, si hacía política. Esto durante la dictadura. Era un evidente trabajo de inteligencia; pero resultaba hasta divertido, era muy evidente, así que yo le contestaba, le contaba.”
Pese a la certeza de estar acusando a un oscuro personaje de la dictadura militar, Rafael Flores no sólo tuvo la valentía de sostener su posición ética y jurídica, sino que soportó estoicamente los argumentos de la defensa del oficial abusador.
El violador, por su parte, había contratado para su defensa a un estudio jurídico que solía patrocinar a las grandes empresas de Río Gallegos. El abogado del abusador apeló al repertorio de las artimañas jurídicas, de los fríos tecnicismos y de las chicanas descalificatorias. Entre otros destemplados argumentos, el bufete de abogados contratado por el violador adujo que, de acuerdo con las pruebas obrantes, “sólo” podía probarse que el acusado había obligado a las víctimas a practicarle sexo oral y que, eso no constituía violación. El testimonio de Rafael Flores sobre aquel episodio resulta vital para la reconstrucción del juicio, ya que, según él mismo aclara, no quedó registro escrito de la polémica entre la acusación y la defensa.
A propósito, el entonces fiscal de la causa, recordó: “Yo sí, en ese caso, lo acusé a Gómez Ruoco como violación. Consideré que ése punto era violación, pero la polémica no fue escrita, sino verbal”.
El argumento de la defensa insistía en el hecho de que la obligación a practicar sexo oral forzado no constituía violación. Este argumento, éticamente inaceptable, no sólo agrega humillación al abuso, sino que ofende a la víctima, vulnera su integridad moral y suma daño anímico al tremendo daño físico. De hecho, es una argumentación cuya lógica reside en culpabilizar a la víctima para exculpar al victimario. Frente a los tecnicismos irritantes de la defensa, Rafael Flores, mientras escuchaba al abogado defensor, se indignaba en silencio. Sobre aquella polémica, evocó: “Es una discusión técnica que a mi siempre me pareció indignante. Era una discusión que no podía existir. Yo tengo dos hijas y pensaba en ellas, ¡mirá si no voy a decir que a mi hija la violaron!”
Entonces, en un determinado momento, el fiscal no pudo evitar interrumpir al abogado defensor del policía violador para apelar a su conciencia: “¿Qué hubiera pasado si a tu hija le hicieran esto, hubieras dicho que a tu hija la violaron o no?”
Finalmente, a pesar de los tecnicismos del defensor, se hizo justicia. El tribunal, escuchando los argumentos del fiscal ad hoc y en vista de los horrendos abusos cometidos por el oficial Gómez Ruoco, dispuso condenar al acusado a 19 años de prisión, una pena muy cercana a los 22 años que había pedido Rafael Flores.
Como era de esperarse, la reacción de los apólogos de la dictadura militar no se hizo esperar. Flores recuerda que no bien se enteró del fallo, un juez a cargo de un juzgado Federal lo increpó con dureza. Así me lo contó:
“Cuando llego al juzgado, me dice la secretaria: “El juez quiere hablar con usted”. Entro en el despacho del juez y ahí empezaron los gritos: “¡Vos sos un hijo de puta, por culpa tuya condenaron a un héroe de la lucha antisubversiva!”. Esas fueron sus palabras textuales referidas a Gómez Ruoco.”
No caben dudas acerca de la semblanza moral del policía en cuestión: un comisario violador que había abusado de varias menores y, por añadidura, cumplía tareas de espionaje y represión para la dictadura militar. ¿Quién había asumido la defensa de este primoroso personaje?
Consultado sobre si recordaba este detalle, Rafael Flores afirmó sin vacilar: “ El estudio que lo defendió fue el del Dr. Kirchner, Nestor Kirchner. Eso es un hecho. Es rigurosamente cierto”.
Sería imposible que Rafael Flores no recordara a su compañero de militancia, aquel con quien compartió, al menos por unas pocas horas, la celda de una comisaría cuando fueron demorados al comienzo de la dictadura.