Por SERGIO PALACIOS
(*)
En un aula de la
facultad de Derecho de la UNLP, la profesora dice: vamos a trabajar en clase
con el “caso Monzón”. Una alumna levanta la mano y pregunta: perdón profesora,
¿quién es Monzón?
Estamos ante uno de
los crímenes más famosos del país cometido por el boxeador más ganador de la
historia argentina, que además fue pareja de la diva Susana Giménez como dato
que pone más alto el conocimiento del personaje. La joven alumna no tiene nexo
alguno con el personaje. Su vida es hoy y la de Monzón pertenece al pasado.
Nada es como antes.
El tiempo es inexorable y como una marea arrastra lo que hay en la playa cada
día para dejar nuevas cosas con la mañana siguiente. Pero hay instituciones que
resisten el paso de tiempo y se niegan a contar las hojas del almanaque vital.
Los cambios profundos sólo se producen ante dos circunstancias: una sería la
aparición de un liderazgo, y la otra, la llegada de una crisis profunda. Ambas
implican un punto de inflexión. También representa una encrucijada. Una crisis
es una oportunidad para tomar grandes decisiones que nos empujen a mejores
cosas. La Argentina tiene cíclicamente crisis, que también cíclicamente son
desperdiciadas.
EN EL TIEMPO
Lamentablemente,
desde 1989 las crisis en Democracia fueron aprovechadas para consolidar un
estado de cosas que sólo preanunciaba la crisis siguiente, que a su vez también
sería desperdiciada. Esto ocurrió con la política y los partidos políticos.
Ninguna institución se ha resistido más a los cambios y demandas sociales que
los partidos y las formas de ejercicio de “la política”. La Iglesia Católica,
con su férrea doctrina, ha mostrado mayor flexibilidad ante los cambios que las
instituciones de representación política.
Los partidos en
nuestro país han sufrido (de propias manos) un doble vaciamiento. El primero se
relaciona con la representatividad: los procedimientos y las decisiones de
fondo y forma están relacionados con los intereses del grupo dominante del
aparato. No se trata de ganar elecciones generales, sino sólo las internas. Controlar
el aparato implica poder negociar con quien controla el poder político. Desde
que se produjo este “vaciamiento” el papel de partido opositor se convirtió en
un simulacro al descubrir que “perder” la elección -que estima de ante mano que
no puede ganar- se convierte en una mejor estrategia, decidiendo no confrontar
ni constituirse en alternativa. Esto lo he denominado en distintos trabajos
como “el negocio de perder”. Esta estrategia desata la búsqueda de adherentes
no por ideas o propuestas políticas sino por ambición o necesidades materiales.
A su vez permite la desintegración interna en pequeños grupos que luego -sin
gente- simulan representación para apoyar a uno u otro en la disputa interna
por el aparato. El que controla el aparato es quien tiene la llave de
negociación con quien puede dar “cargos y dinero”. Este es el vaciamiento. Se
pasa a representar intereses y objetivos corporativos alejados de la
representación del “demos” en el plano de lo que legítimamente entenderíamos
por política. El segundo vaciamiento se relaciona íntimamente con el primero y
fue la ruptura entre “política y conocimiento” o, si se prefiere, entre
“política y gestión”. Con los años, los aparatos y la representación política
fueron constituyendo la idea de que un político puede no saber de nada.
POLITICA E IDEAS
Por un segundo
retrocedamos a 1983. En ese tiempo los partidos venían siendo agredidos por las
distintas dictaduras impidiendo la dinámica de sus actividades. Pese a ello,
dentro de cada partido, eran reconocibles muchas figuras que revestían una
doble condición: ser políticos y tener determinadas capacidades técnicas o ser
miembros relevantes con experiencias dentro de sus comunidades. El peronismo,
la UCR, el socialismo, la Democracia Cristiana, los partidos conservadores,
tenían políticos preparados y reconocidos por sus conocimientos en distintas
áreas de gestión. Y no uno, sino muchos en cada especialización. Política e
ideas, o si se prefiere, conocimientos y representación estaban integrados: los
políticos eran personas capacitadas técnicamente para la gestión de los asuntos
públicos.
Pero un día de
1989, un político destacado por su astucia y no por sus conocimientos decidió
“dividir y tercerizar” el corazón de la política: las ideas y la gestión de las
políticas públicas. Así, creó una nueva escuela política que no distingue entre
partidos a la hora de recibir alumnos: unos administran la conveniencia y la
lapicera, y que otros se ocupen de trabajar. La política y los partidos
renunciaron a su esencia. Aquella, que durante décadas los mantuvo vivos y
nutridos aún sin democracia.
UNA OPORTUNIDAD
Hoy es una
oportunidad de cambio. No se trata de generaciones ya que un joven
perfectamente puede estar practicando las peores mañas en una muy mala escuela.
Se trata de no dudar en cambiar de paradigmas y metodologías. La política nunca
se “auto interpela” sobre lo que hace y cómo lo hace. Ya es hora de hacerlo.
Los partidos
políticos deben mutar en su organización y representación o serán testigo de su
desaparición. No formal, pero definitivamente sólo estaremos ante una carcaza
que no contendrá nada real. La sociedad mira a los candidatos y no a los
partidos. Por eso desaparecieron los electorados cautivos. Las fidelidades
entre padres e hijos apenas se mantienen en la camiseta de fútbol, y sólo
marginalmente en la elección política. Los partidos deben dejar de
representarse a si mismos y volver a ser parte de la sociedad. Integrarse a
ella procesando sistemáticamente los cambios y así poder luego liderar las propuestas
que atiendan sus demandas.
En los partidos
podemos hacer dos cosas: continuar el hipócrita juego de la melancolía evocando
los gloriosos tiempos y figuras del pasado, y seguir hablando así del “caso
Monzón” a cada generación; o ejercer una decente representación con una
profunda transformación en tres ejes: ideas, procedimientos y acciones
políticas. Es en esta última alternativa donde encontraremos la estrategia que
permita saldar con las actuales y futuras generaciones todas las promesas
acumuladas e incumplidas de nuestra Democracia.
(*) Abogado.
Profesor de Economía Política de la UNLP
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