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domingo, 1 de noviembre de 2015

PARTIDOS POLÍTICOS, ENTRE MUTAR O DESAPARECER






Por SERGIO PALACIOS (*)

En un aula de la facultad de Derecho de la UNLP, la profesora dice: vamos a trabajar en clase con el “caso Monzón”. Una alumna levanta la mano y pregunta: perdón profesora, ¿quién es Monzón?

Estamos ante uno de los crímenes más famosos del país cometido por el boxeador más ganador de la historia argentina, que además fue pareja de la diva Susana Giménez como dato que pone más alto el conocimiento del personaje. La joven alumna no tiene nexo alguno con el personaje. Su vida es hoy y la de Monzón pertenece al pasado.

Nada es como antes. El tiempo es inexorable y como una marea arrastra lo que hay en la playa cada día para dejar nuevas cosas con la mañana siguiente. Pero hay instituciones que resisten el paso de tiempo y se niegan a contar las hojas del almanaque vital. Los cambios profundos sólo se producen ante dos circunstancias: una sería la aparición de un liderazgo, y la otra, la llegada de una crisis profunda. Ambas implican un punto de inflexión. También representa una encrucijada. Una crisis es una oportunidad para tomar grandes decisiones que nos empujen a mejores cosas. La Argentina tiene cíclicamente crisis, que también cíclicamente son desperdiciadas.

EN EL TIEMPO
Lamentablemente, desde 1989 las crisis en Democracia fueron aprovechadas para consolidar un estado de cosas que sólo preanunciaba la crisis siguiente, que a su vez también sería desperdiciada. Esto ocurrió con la política y los partidos políticos. Ninguna institución se ha resistido más a los cambios y demandas sociales que los partidos y las formas de ejercicio de “la política”. La Iglesia Católica, con su férrea doctrina, ha mostrado mayor flexibilidad ante los cambios que las instituciones de representación política.

Los partidos en nuestro país han sufrido (de propias manos) un doble vaciamiento. El primero se relaciona con la representatividad: los procedimientos y las decisiones de fondo y forma están relacionados con los intereses del grupo dominante del aparato. No se trata de ganar elecciones generales, sino sólo las internas. Controlar el aparato implica poder negociar con quien controla el poder político. Desde que se produjo este “vaciamiento” el papel de partido opositor se convirtió en un simulacro al descubrir que “perder” la elección -que estima de ante mano que no puede ganar- se convierte en una mejor estrategia, decidiendo no confrontar ni constituirse en alternativa. Esto lo he denominado en distintos trabajos como “el negocio de perder”. Esta estrategia desata la búsqueda de adherentes no por ideas o propuestas políticas sino por ambición o necesidades materiales. A su vez permite la desintegración interna en pequeños grupos que luego -sin gente- simulan representación para apoyar a uno u otro en la disputa interna por el aparato. El que controla el aparato es quien tiene la llave de negociación con quien puede dar “cargos y dinero”. Este es el vaciamiento. Se pasa a representar intereses y objetivos corporativos alejados de la representación del “demos” en el plano de lo que legítimamente entenderíamos por política. El segundo vaciamiento se relaciona íntimamente con el primero y fue la ruptura entre “política y conocimiento” o, si se prefiere, entre “política y gestión”. Con los años, los aparatos y la representación política fueron constituyendo la idea de que un político puede no saber de nada.
 

POLITICA E IDEAS
Por un segundo retrocedamos a 1983. En ese tiempo los partidos venían siendo agredidos por las distintas dictaduras impidiendo la dinámica de sus actividades. Pese a ello, dentro de cada partido, eran reconocibles muchas figuras que revestían una doble condición: ser políticos y tener determinadas capacidades técnicas o ser miembros relevantes con experiencias dentro de sus comunidades. El peronismo, la UCR, el socialismo, la Democracia Cristiana, los partidos conservadores, tenían políticos preparados y reconocidos por sus conocimientos en distintas áreas de gestión. Y no uno, sino muchos en cada especialización. Política e ideas, o si se prefiere, conocimientos y representación estaban integrados: los políticos eran personas capacitadas técnicamente para la gestión de los asuntos públicos.

Pero un día de 1989, un político destacado por su astucia y no por sus conocimientos decidió “dividir y tercerizar” el corazón de la política: las ideas y la gestión de las políticas públicas. Así, creó una nueva escuela política que no distingue entre partidos a la hora de recibir alumnos: unos administran la conveniencia y la lapicera, y que otros se ocupen de trabajar. La política y los partidos renunciaron a su esencia. Aquella, que durante décadas los mantuvo vivos y nutridos aún sin democracia.

UNA OPORTUNIDAD
Hoy es una oportunidad de cambio. No se trata de generaciones ya que un joven perfectamente puede estar practicando las peores mañas en una muy mala escuela. Se trata de no dudar en cambiar de paradigmas y metodologías. La política nunca se “auto interpela” sobre lo que hace y cómo lo hace. Ya es hora de hacerlo.

Los partidos políticos deben mutar en su organización y representación o serán testigo de su desaparición. No formal, pero definitivamente sólo estaremos ante una carcaza que no contendrá nada real. La sociedad mira a los candidatos y no a los partidos. Por eso desaparecieron los electorados cautivos. Las fidelidades entre padres e hijos apenas se mantienen en la camiseta de fútbol, y sólo marginalmente en la elección política. Los partidos deben dejar de representarse a si mismos y volver a ser parte de la sociedad. Integrarse a ella procesando sistemáticamente los cambios y así poder luego liderar las propuestas que atiendan sus demandas.

En los partidos podemos hacer dos cosas: continuar el hipócrita juego de la melancolía evocando los gloriosos tiempos y figuras del pasado, y seguir hablando así del “caso Monzón” a cada generación; o ejercer una decente representación con una profunda transformación en tres ejes: ideas, procedimientos y acciones políticas. Es en esta última alternativa donde encontraremos la estrategia que permita saldar con las actuales y futuras generaciones todas las promesas acumuladas e incumplidas de nuestra Democracia.

 
(*) Abogado. Profesor de Economía Política de la UNLP



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