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domingo, 17 de abril de 2016

Los “suicidados” de la ruta


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No hay término medio. Cuando uno se mete en el hampa, cuando hurga entre la corrupción financiera, cuando goza de las mieles del dinero fácil que genera el poder, cuando forma parte del submundo oscuro del delito blanco, todo puede pasar y deben aceptarse las reglas del juego. El abogado Jorge Chueco es un eslabón de una cadena larga y comprometida que se fue forjando al amparo de la impunidad. Como todo eslabón, puede ser quitado; sin embargo, no significa que la cadena se corte. Los jueces, con voluntad y dedicación, pueden encontrar a todos y cada uno, solo basta decisión. Pero lo más importante, es que recuperen la plata y desbaraten los sostenes de la cadena para que no haya más “suicidios” ni “accidentes” en la ruta del dinero K o en causas de Estado como la del fiscal Nisman. (Por: Rubén Lasagno)


¿Quién es Jorge Chueco?, un hombre de bajo perfil que eligió integrar la cadena de los negocios del poder, que estuvo en la cocina misma de la corrupción kirchnerista, que trabajó a destajo para que la maquinaria de absorber dineros públicos a través de los canales “empresarios” inventados desde el gobierno, estuviera debidamente aceitada para que billetes de toda las denominaciones y colores, salieran de los bolsos, se contaran en la rosadita y tomaran un destino incierto a través de una maraña de empresas truchas con nombres pomposos, que escondían nada más y nada menos, que el dinero de los argentinos.

Hoy no se sabe dónde está Chueco ¿Es raro?, no, para nada. Las posibilidades de que el abogado de Lázaro esté muerto son tantas como las de que se haya conformado una fuga arreglada, para invisibilizarlo de la justicia, donde su palabra es más preciada que el propio dinero supuestamente guardado en las estancias del empresario K.

El crimen paga en estos casos. Cuando la cantidad de información y el compromiso tomado por determinados personajes con el poder, es mucha y volátil para los socios ocultos, no siempre es la vida de ese personaje la que peligra. Si muere él, también mueren mecanismos de autoprotección que la corporación no puede darse el lujo de desdeñar en situaciones tan sensibles y complejas, como ésta de que la justicia les pise los talones, buscando entre los números dibujados, los cuales por 12 años se inventaron impunemente, dado lo lejano que el kirchnerismo veía el fin del poder.

No siempre lo que no te mata te fortalece. En este proceder mafioso, la muerte es el último recurso y en general es más aleccionador que reivindicador y juega como mensaje claro hacia otros para que no hagan lo mismo. Si el usurero mata al que le debe, está seguro de no cobrar más. Si el mafioso mata al que le debe, es una inversión; otros se arrepentirán de hacer lo mismo, por lo tanto se ahorra de seguir perdiendo. Pero los “códigos” de las nuevas mafias han ido mutando y entonces aparece la figura de la “protección”, donde el blanco es preservado, ayudado y escondido convenientemente, no sin antes hacerle saber que si su conciencia en algún momento le pide redimirse de sus pecados, la familia sufrirá las consecuencias. El único consciente del peligro en el que están sus seres queridos, es él. Los demás viven extrañándolo, pero (sin saberlo) bajo la “protección” de sus mismos verdugos.

El “suicidio inducido” es una figura bastante contradictoria desde lo conceptual porque no cabe en la cabeza que alguien pueda llevar a otro a autodestruirse, por los motivos que se nos ocurran, excepto, ante la amenaza extorsiva de matarle la familia o algún ser muy querido, a quien le muestran que en ese preciso momento tienen amenazado y si él no se mata, inmediatamente alguien, quizás a mucha distancia de allí, espera una llamada para ejecutar a un ser indefenso, inocente y desprotegido.

El objetivo de esta cruel metodología, es que el escenario de la muerte (que en realidad es un crimen) no deje lugar a dudas de que quien se disparó, es el muerto. Probado esto, la inducción o instigación es una cuestión difícil, por no decir imposible de probar, excepto que existiera una grabación de video o de la conversación previa, donde el extorsionador pone a la víctima en la encrucijada.

Es un mecanismo muy complejo, que, para ser implementado, necesita de una organización sumamente verticalista y letal como las desplegadas por grandes células del narcotráfico, pero no imposible. Ésta, del “suicidio inducido” fue la teoría que inicialmente pretendieron exponer algunos, ante la causa Nisman, pero se cayó frente a las pruebas que delataban, claramente, la intervención de una tercera mano, en un asesinato claro e indiscutible, donde solo tienen dudas los fiscales y jueces.

En el país hay muchos casos que rara vez o nunca se llegan a escalrecer. Recordemos, solo por nombrar algunos crímenes de “financistas”, involucrados en delitos o asociados a delincuentes, como el de Mariano Benedit, Damian Stefannini, Alfredo Pesquera, Miguel Ángel Graffigna, Jorge Suau o Hugo Díaz, solo por nombrar algunos casos ocurridos entre 2013 y 2014. Volviendo al epígrafe de esta nota, si todos ellos sabían que jugaban a la ruleta rusa en una actividad lucrativa, pero peligrosa, donde la apuesta es la vida, no se le puede echar las culpas a nadie más, por el resultado, que a quienes buscaron abrevar en estas aguas de la vida fácil y bien regada de dólares, pero caminado por el filo de una navaja.

Pero huelga hacer una aclaración: los kirchnerista no llegan a la categoría de mafiosos. Son ladronzuelos oportunistas que no han tenido el tino ni la preocupación por borrar sus huellas. Por lo tanto, todo es mucho más fácil para quien deba y quiera investigar seriamente, porque en todo este accionar, está ausente con aviso un elemento primordial: la inteligencia.

Entonces ¿Chueco se suicidó, lo mataron o se fugó?. Particularmente me hace mucho ruido el escenario que encontraron alrededor de la desaparición del abogado. Un viaje imprevisto, su llegada a un lugar lejano (Posadas Misiones), dos hoteles a poca distancia, identidad alterada, una carta de suicida, escrita de su puño y letra, 47 mil dólares y 1.000 pesos en la caja fuerte de un hotel… y el silencio.

Analicemos: si se suicidó, el cuerpo debería aparecer en poco tiempo. Si aparece, deberán corresponder, sus signos, a un verdadero suicidio; pero convengamos que son demasiadas preocupaciones las que tenía el suicida antes de eliminarse, desde el regateo que dicen le hizo a uno de los administradores del hotel por el monto del alojamiento, pensando hasta en el dinero que le dejaría en una caja fuerte del hotel a su esposa, a quien supuestamente llamó desde Misiones. Tampoco es usual en un suicida, que utilice nombres falsos y deje dinero para asegurarle un mínimo bienestar a su familia, como quien prepara más una fuga que un crimen.

Para que esta teoría cierre, la carta debe ser puesta bajo peritaje y ver, primero, si es su letra y de ser su letra, bajo qué condiciones fue escrita. Una persona no escribe igual si está deprimida y estampando sus últimas palabras, a los trazos que estampa un condenado con la boca de una calibre 45 en su cabeza.

Si no es su letra, demás está decir que todo lo anterior y posterior, está invalidado; fue un asesinato.
Si en realidad se trató de un crimen, es probable que el cuerpo no se encuentre nunca más, ya que la selva formoseña es un lugar donde esconder un cadáver es casi una nimiedad para cualquier baqueano del lugar. Si no hay cuerpo no hay crimen, afiebrada premisa homicida de las dictaduras militares, creadora de las más abominables desapariciones de personas; y si no hay crimen, tampoco hay a quien imputar. Ahora bien, en este caso, el peligro latente (para los criminales) es si el asesinado tomó o no recaudos, ordenando que ante su aniquilación, otros activen mecanismos post-morten, que expongan a sus potenciales verdugos y hagan públicas las pruebas que inculpen a los interesados por su desaparición.

En caso de haber consensuado una “desaparición” acordada entre Chueco y la organización a la que pertenece, podría estar tranquilamente en algún lugar de Brasil, Paraguay o en un recóndito campo de la Patagonia argentina, sin que nadie, nunca, vaya a enterarse de su presencia. Pero esto tiene un costo para su entorno mafioso. Con el tiempo, los afectos, la familia y las cosas perdida de la vida, lo sacuden y allí sobrevienen los errores. Una carta, un mail, un msm, un WP, una llamada telefónica, acelerado todo por la velocidad incalculable de las comunicaciones interpersonales que tenemos al alcance de la mano hoy, puede ser el principio del fin. Ante esto, los verdadero mafiosos, suelen esperar que “todo se calme” y “liquidar el problema” cuando ya nadie se acuerde que alguna vez existió un “Chueco” y así pasará al olvido, por siempre, sin que nadie lo note, ni lo extrañe.

Solo siguiendo en el campo de la hipótesis, en el supuesto caso de haberse fugado del país (con ayuda o no) ha necesitado una mínima logística y es lo que más cobra fuerza a la vista de las pocas pruebas que hay y los indicios dejados por Chueco. Si, como dicen, días antes junto a tres hombres andaba buscando escribanía, es posible que le hayan revocado poderes, hayan cambiado titulares de empresas o tal vez, entregado bienes que testaferraba, a cambio de que lo “desaparecieran” en las fronteras-colador de Argentina con sus países limítrofes.

No es casual que Chueco, principal articulador de las empresas de lavado de dinero que tenía el clan Báez, haya desaparecido luego de la confesión de Fariña y no antes. Es obvio que hubo una filtración en la causa o sabía de antemano, que cuando el ex valijero se decidiera a confesar, estaría en peligro. Esto explicaría la salida estrepitosa, urgente y ni siquiera informada a la familia, de Chueco, quien tal vez jamás pensó (como nunca Báez pensó que Fariña iba a hablar con Jorge Lanata) que el financista, abriera la boca.

Hay muchos ejemplos de los eslabones que se cortan, cuando la cadena de corrupción y complicidad está dentro del propio poder; recordemos los hechos que sucedieron al crimen de Carlitos Ménem, los dos grandes atentados que sufrió el país (AMIA, Embajada de Israel), tráfico de armas a Croacia y recientemente Alberto Nisman. No es casualidad la cantidad de gente que muere por “suicidio” o por “accidentes”; es metodológico. La llave la tiene la Justicia, los fiscales y los jueces. Ello deciden qué ver o dejar pasar. Una misma prueba puede tener varias lecturas, pero una, solamente, es la coherente y la lógica; las demás, aplican tiempo y distracción a las causas y aferrarse a ellas, a veces es una excusa de los jueces cómplices, cuando hacen que trabajan, pero evitan llegar a la verdad.

Ojalá que Jorge Oscar Chueco aparezca con vida, por él, por su familia y por la salud de la causa sobre lavado de dinero. Esta última “ruta” es tan peligrosa como las rutas que construyó y nunca terminó, Austral Construcciones SA en Santa Cruz; las dos se han llevado mucho dinero, las dos siguen pendientes de terminación y las dos rutas, tanto la del dinero K, como las asfaltadas en nuestra provincia, matan. (Agencia OPI Santa Cruz)

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