La mirada de Manuel Antín transmite una mezcla de melancólica sinceridad, coherencia creativa y serena sabiduría. A los 90 años repasa sus obsesiones, sus películas, sus novelas, su vínculo con la política y con el Presidente Alfonsín y sus visiones del momento actual. En su escritorio de la Universidad del Cine despliega una vitalidad envidiable.
Autor: Luis Quevedo
Todo lo que ha sucedido en los últimos años es verdaderamente increíble, no parece posible que la Argentina haya pasado por lo que pasó, es inadmisible. ¿Qué nos ha pasado?
Me estaba hablando de sus obsesiones…
Sí, de mis tres grandes obsesiones. Comencemos por Julio Cortázar,
porque Julio es la causa por la cual yo he comenzado a hacer cine. Nunca
pensé en dirigir cine hasta que un día vi una película escrita por él y
pensé cómo me gustaría haber escrito esta película, entonces busqué sus
libros y me enamoré de toda su obra y pensé qué lindo sería poder
escribir así. Yo ya había escrito obras de teatro y dos novelas, y
poemas, y nunca había estado satisfecho con mis escritos y me encontraba
con un escritor que me representaba y tanto me representaba que pensaba
qué lástima no ser Cortázar. Y entonces me pregunté ¿Cómo ser Julio
Cortázar? Y la primera respuesta que se me ocurrió fue plagiarlo. Y lo
busqué, quería conocerlo, tratarlo, observarlo para copiarlo, pero como
el plagio era una idea delictiva busqué la manera de reescribirlo, y
supe que la única manera de plagiarlo legalmente era filmarlo, convertir
su arte literario a otro arte. Estaba enamorado de un cuento de Julio
que se llama Circe que además tenía mucho que ver con mi propia
vida en aquel momento e intenté filmarlo, pero tuve problemas con la
censura de la época porque en ese momento estaba en el ente de
calificación cinematográfica, batallando violentamente contra el cine,
Miguel P. Tato, entonces filmé La cifra impar basada en Cartas de mamá
otro extraordinario cuento de Julio, y la película tuvo mucho éxito de
crítica y en los festivales, y así me incorporé definitivamente en el
mundo del cine y me alejé de la literatura. Circe pude filmarla años después.
¿Cómo era trabajar con Julio Cortázar?
Nos peleábamos mucho, en verdad era una relación despareja en la que yo
era el más importante ya que él era escritor y escritores había muchos,
pero directores de cine había muy pocos. Un director de cine en ese
tiempo tenía mucha presencia en los diarios y en los medios, en cambio
para un escritor era muy difícil tener un lugar en los diarios, y esto
me daba una especie de paternidad, yo era el director de orquesta.
Discutíamos mucho, yo siempre ganaba, me traía propuestas que yo
rechazaba, y él sufría porque eran sus textos, pero visto desde hoy,
mirando en lo que terminaron convirtiéndose las dos personas de aquel
dúo, me parece una cosa mágica. Trabajábamos juntos en Europa o por
intermedio del intercambio de cartas, por eso yo tengo entre trescientas
y cuatrocientas cartas con Julio, o de cintas grabadas en las cuales
nos hacíamos llegar los comentarios y críticas al trabajo mutuo, y en
esta correspondencia se nota esta contradicción permanente que teníamos.
Cuando hicimos juntos la adaptación de Continuidad en los parques y El ídolo de las cícladas para la película que se llamó Intimidad de los parques,
yo decidí filmar en Perú y él se enfureció mucho: “yo este cuento lo
escribí para las cícladas, no lo escribí para Machu Pichu”.
¿Y las otras dos obsesiones?
Son Orson Welles y Charles Chaplin. Orson Welles porque es el inventor
del cine moderno. Todo lo que hasta hoy se hace en el cine nació en El ciudadano,
sin duda en esa película está todo, y yo tenía una inmensa admiración
por su cine y también una enorme admiración por Chaplin. Uno me llegaba a
la inteligencia y el otro al corazón. Son los inventores del cine, sin
dudas. Nunca he dejado de ver y siempre recomiendo observar
detenidamente la última escena de Luces de la ciudad, esa
escena en la que Chaplin toca con sus manos a la cieguita y entonces es
reconocido, es de una ternura y una emoción insuperable.
¿Qué película le hubiera gustado hacer?
Precisamente, Luces de la ciudad y El Ciudadano. No
tuve el gusto de conocer a Chaplin pero con los años sí conocí a Welles,
con quien estuve a punto de filmar dos películas. La primera era El muerto,
el cuento de Borges, para esta película Welles fue contratado por el
productor brasileño que iba a financiarla para hacer el personaje de
Azevedo Bandeira. No pudimos hacerla porque el productor, muy cuidadoso,
quiso asegurar la película por la actuación de Welles en Lloyds de
Londres, pero la compañía no accedió, la rechazaron porque Welles, ya en
su decadencia, tenía en ese momento cinco proyectos de películas
abandonados, dos dirigidas y tres interpretadas por él. Después volví a
insistir con el mismo productor para filmar La increíble y triste historia de la Cándida Eréndida y de su abuela desalmada,
Orson haciendo de abuela, porque en esa época ya había dejado de ser el
galán de sus primeras películas, estaba gordo, deforme, arruinado, se
había convertido en una especie de monstruo. Lo conocí personalmente
porque en una oportunidad luego de un festival en Alemania, caminando
por Via Veneto en Roma sentí que alguien me llamaba, era Glauber Rocha
el famoso director brasilero, quien estaba en una mesa sentado en la
vereda frente a dos pocillos de café, y me dice “vení que te voy a
presentar a alguien”, “pero si estás ocupado”, contesto, “no, quédate,
estoy con Orson”, “¿Orson qué?, “Welles”, como si se tratara de la cosa
más natural del mundo.
Usted dijo que había escrito dos novelas, una es la bellísima Alta la luna editada recientemente por Aurelia Rivera libros ¿y la otra?
La otra se perdió, es decir la perdió Julio Cortázar. Lo que sucedió es que juntos vimos mi película Los venerables todos,
que es también el nombre de la novela, en el Festival de Cannes en
1962, cuando terminó la proyección él, que era muy duro e implacable en
sus juicios, sostiene que en la película había algunos puntos no
resueltos, dijo exactamente que “a la película le faltaban algunas
perchas, pero como sé que vos escribiste la novela me gustaría leerla”.
Yo tenía un solo original y cuando llegué a Buenos Aires se lo envié.
Julio se iba a Viena en donde trabajaba como traductor para la UNESCO y
un día me llama para decirme que se la había olvidado en el hotel. Esto
dio lugar a una situación curiosa y pintoresca porque cuando escribió
Rayuela me envió a través de unos amigos en común el original para que
se lo entregue a Paco Porrúa, que en esos años era su editor. Claro que
la leí y me pareció extraordinaria y entonces lo llamé y le dije “Julio
ha llegado el momento de que me cobre la novela que me perdiste”.
Qué suerte que no es rencoroso…
Claro que no, pero para mí hubiera sido maravilloso escribir esa novela. Es el libro que me hubiera gustado escribir.
Alta la luna es una gran novela, es
una obra surrealista, muy poética, melancólica, inteligente, romántica,
en donde los personajes que aman y se desencuentran no saben a donde van
sumergidos en un escenario sin paisaje, pero es también una novela
pesimista. Yo pensaba que pesimismo y romanticismo no se llevaban muy
bien en la literatura, y no es así, además por momentos sentí que se
trataba de una alegoría de la Argentina.
A mi me fue muy difícil cambiar el personaje de cineasta por el de
escritor, un poco porque yo no llegué a ser el escritor que hubiera
querido ser y en cambio sí llegué a ser el director de cine que me
propuse. Un director de cine para minorías, intelectual, de alguna
manera enemigo de la industria, que se confesaba en cada película a
través de personajes imaginarios y ajenos, y he rechazado la
presentación de la novela porque no tengo el coraje para hacerla pero
además me sucede algo que quizás contradice tus opiniones acerca de la
novela: que creo que podría cambiarle el título y en lugar de Alta la luna llamarla El ángel exterminador
porque desde que salió a cada persona que le entregué la novela se fue y
no volvió más, entonces me fabriqué como una especie de protección,
cuando no quiero ver a alguien le regalo una novela (risas).
Es muy buena la novela y tiene una densidad filosófica notable…
…Y muy esotérica, y por supuesto que es una metáfora de la Argentina, incluso Los venerables todos
también puede ser interpretada de esta forma, porque además era una
manera de poder escribir cuando había censura, una estrategia para decir
cosas que no se podían decir.
Manuel Antín también fue Director del Instituto Nacional del
Cine durante el gobierno del Presidente Alfonsín, de quien era amigo y
con quien hizo varias campañas, ¿Qué es la política para usted?
La política es para mí todo lo que no es hoy día para la gente. Me doy
cuenta que todo lo que hicimos en política en esos años con Raúl y con
muchos otros amigos con quien hablábamos permanentemente de todos los
temas, pertenece a un mundo que ha desaparecido completamente. Todo lo
que ha sucedido en los últimos años es verdaderamente increíble, no
parece posible que la Argentina haya pasado por lo que pasó, es
inadmisible. ¿Qué nos ha pasado? Yo recuerdo la campaña de Raúl que
comenzó siendo de charlas entre cincuenta personas y terminó convocando a
decenas de miles y cientos de miles en todo el país en cada acto.
Incluso en uno de esos viajes se me fundió el auto y lo dejamos y
seguimos en colectivo. Y cuando me ofreció el Instituto yo lo rechacé,
“pero porqué” me preguntó, “porque yo no quiero fracasar, yo soy un
director de cine y como tal necesito el éxito”, “usted no va a fracasar
porque yo siempre voy a tener trescientos millones en una cajita para
usted”. Y acepté. En la primera reunión que tuvimos luego de hacerme
cargo del Instituto con él y con Bernardo Grinspun en su despacho, yo
propuse otorgar quince créditos de ochenta mil pesos cada uno y él le
dio instrucciones al Ministro para que otorgara los recursos y nos
fuimos para el despacho de Grinspun. En el viaje entre la Casa de
Gobierno y el Ministerio de Economía los quince créditos se habían
transformado en tres. Yo volví furioso al despacho de Raúl y entonces
tomó el teléfono y lo llamó a Grinspun y le dijo: “Manuel me acaba de
contar lo que pasó, decime una cosa: si no pasamos a la historia por la
cultura me querés decir por qué mierda vamos a pasar”. Las cosas después
que nos fuimos del gobierno fueron para peor y por eso fundé la
Universidad del Cine para continuar haciendo lo que hacía pero desde
otro lugar.
¿Y el triunfo de Cambiemos?
Me da mucha esperanza pero también me da mucho miedo. No sé si el país
puede asimilar el cambio del lenguaje y del discurso del actual
Gobierno. Ojalá que sí pero tengo miedo. En fin… tengo expectativas que
no tenía hasta el 9 de diciembre. Hasta el 9 de diciembre mi única
expectativa era cómo sobrevivir o cómo huir, hoy creo que no hay que
huir, que vamos a mejorar, pero le tengo miedo a la Argentina. Tal vez
podamos recuperar algo de lo que merecemos tener.
FUENTE: http://www.nuevospapeles.com
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