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domingo, 11 de agosto de 2013

Revolución verbal y traidores a la patria





 
Desde que Puerto Madero se ha convertido en terreno doméstico del kirchnerismo revolucionario suceden cosas asombrosas. Hace algunas noches, cuando cenaba con tres colegas en un restaurante, se nos acercó un comensal y nos levantó el dedo. Luego me enteré de que el maleducado es un habitué de bolsillos generosos. Nomás pronunció la primera línea, me di cuenta de que militaba en el cristinismo. También que apenas podía mantenerse en pie, puesto que se había dedicado toda la noche al cabernet sauvignon. Su pequeña e inesperada diatriba tenía por objetivo principal a mis dos amigos más famosos, a quienes no dudó en calificar de "traidores a la patria". Uno de mis compañeros, que se jugó el pellejo para denunciar abusos y corrupciones de todos los gobiernos, quiso arreglar el asunto como se arreglan las ofensas en mi barrio. Pero por suerte lo disuadimos y el intruso se fue haciendo ochos. Por cada fanático de esta catadura, hay miles y miles de ciudadanos que se acercan a los periodistas para alentarlos en su tarea. Pero nunca como antes los hombres de prensa estuvieron expuestos a estas agresiones e insultos. Está bien, son gajes del oficio. No es eso lo que produce perplejidad, sino el insólito concepto de "traidores a la patria", que el patriótico beodo de Puerto Madero nos endilgó.
La incesante prédica contra nuestro oficio se ejerció desde la mayor de todas las corporaciones (el poderoso gobierno nacional) y es indudable que ha prendido en algunos botarates e incondicionales. A nadie puede extrañar, a estas alturas, que un movimiento de origen feudal tenga aversión por la libertad de prensa. Tampoco que una revolución verbal ponga tanto énfasis en dominar las palabras. Un proyecto realmente innovador que cambia las estructuras de un país no precisa emplear semejante energía en controlar la interpretación de los hechos y los números. Por la simple razón de que no necesita falsearlos. Un proyecto conservador con retórica revolucionaria, en cambio, está obligado a cuidar todo el tiempo su relato apócrifo y a atacar a sus objetores para acobardarlos y para devaluar sus cuestionamientos. Un gobierno que se dedica día y noche a mentir produce, como contrapartida, periodistas obligados diariamente a desenmascarar. Es un tragicómico círculo vicioso en el que, como gatos y ratones, venimos metidos funcionarios y escribas desde hace una década.
Esta idea tosca y primitiva de llamar antipatriotas a los críticos no resiste un análisis serio. Pero hace pensar en los divulgadores de la injuria más que en sus obvios mecenas de la Jefatura de Gabinete. Acaso un paradigma de esa armada Brancaleone sea la decana de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata. Que además es candidata por el Frente para la Soberbia. Esta semana Florencia Saintout se dedicó a tres cosas: la campaña electoral (el filósofo Luis D'Elía saludó su candidatura con prosa exaltada), repudiar el triunfo de los periodistas en las ternas de los Martín Fierro (el oficialismo tomó ridículamente la ceremonia como una gran derrota política) y realizar un acto de intrusión en un diario de sus pagos. La pícara maniobra, disfrazada de épica pobrista, consistió en simular el diseño de El Día, producir propaganda electoral en un falso suplemento de doce páginas (pagado por La Cámpora, es decir, por los contribuyentes) y conseguir canillitas que lo introdujeran subrepticiamente en la edición dominical. No había advertencia alguna de que se trataba de publicidad política, venía en el mismo papel del diario y uno de sus artículos más brillantes pertenecería al inefable Phillip Roth del kirchnerismo: Gabriel Mariotto. Los editores, alertados por lectores engañados, debieron salir a aclarar al día siguiente que se trataba de un "cuadernillo pirata" y que eran víctimas de una truchada electoralista.
Lo más interesante fue, sin embargo, la reacción de Saintout, que no se mostró avergonzada, sino orgullosa. "Me parece que es importante luchar contra todos aquellos que se creen dueños de todas las cosas, incluso de la opinión pública -se justificó-. A mí me da mucha alegría que con los compañeros hayamos podido hacer un periódico con información, que si no fuera por el esfuerzo de muchos, jamás hubiera podido circular. Jamás El Día iba a dar cuenta de nuestras propuestas a toda la ciudadanía." ¿No es maravilloso? ¿Qué diría esta maestra de periodistas que jamás practicó el periodismo si un día a Mauricio Macri se le ocurriera hacer un cuadernillo pirata para insertar dentro de Página 12 sin que sus editores fueran debidamente consultados? Puedo imaginar lo que diría: "Nueva manipulación de la derecha extranjerizante para torcer el rumbo inexorable del pensamiento nacional y popular".
Saintout no es célebre por su relevancia intelectual (Horacio González a su lado es Walter Benjamin), sino por su animosa acción de copamiento ideológico de la facultad y por haber premiado a Hugo Chávez como adalid de la libertad de expresión. Se premiaba, en realidad, la ofensiva sistemática contra el periodismo, que es esencial para la democracia y que no hace juego con los regímenes mesiánicos y unipersonales, salvo en su acepción "periodista militante", mito rescatado del olvido para justificar lisa y llanamente la vocería estatal y la militancia activa del periodista partidario. Bajo un paraguas glorioso (perdón, Rodolfo Walsh, por tanta chantada que se hace en tu nombre) relucen expertos en panegíricos y militantes dormidos que practicaban el profesionalismo hasta que el herpes de la política volvió a reactivarse y a transformarlos. Siempre hubo en la prensa profesional cronistas individualistas y escépticos y columnistas con posición tomada, pero estos últimos no solían confundir su mirada del mundo con esa subjetividad berreta que consiste en tapar el sol con las manos, decir una cosa por otra, intervenir personalmente en las internas de Gobierno, perseguir a sus ex camaradas y afirmar que no hay una verdad, sino muchas y que, por lo tanto, ni siquiera el agua hierve a los cien grados. Ahora una verdad es una mentira verosímil que tranquilizará a la tropa. Y por favor que la verdad no te impida hacer una buena operación política.
Quiero decir que Saintout no está sola. La acompañan muchos otros profesores que hablan todo el tiempo de la prensa y que son esencialmente analfabetos periodísticos. Médicos sin residencia que critican a los grandes cirujanos y que, en realidad, quieren cerrar los hospitales.
Ese colectivo, cuyos miembros en su mayoría viven directa o indirectamente del erario, está convencido de que la guerra contra Magnetto es comparable a la revolución sandinista, y presupone lo siguiente: sin diarios críticos, el lavado de cerebro de las clases medias terminará, se arreglarán entonces los grandes problemas de la economía y avanzaremos sin escollos hacia la felicidad del pueblo.
A mitad de esta misma semana, alguno de estos talibanes ilustrados levantó el programa El Avispero , que se emitía por Canal 10 de Córdoba y que dependía de la universidad nacional de esa provincia. Sus periodistas estaban a favor de la ley de medios, y les pegaban seguido a Clarín y a Lanata, pero bastó que se metieran con Ricardo Jaime y con los negocios de Electroingeniería para que las doctas autoridades lo levantaran del aire. Ahora también esos periodistas son "traidores a la patria". Algún beodo de Puerto Madero se encargará de decírselos en cuanto tenga ocasión..

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