Libro. Un libro recién publicado compila 20 señales que Perón le fue enviando a la agrupación para demostrar una fuerte tesis: que la represión institucionalizada por López Rega tuvo antecedentes en el mismo General, y no sólo en el accionar de “el brujo”. Aquí, cinco de ellas.
Mario Firmenich, Roberto Quieto y Andrés
Framini, de Montoneros. (Archivo Clarín)
Juan Brodersen
Mucho había cambiado en la Argentina el día
que Juan Domingo Perón volvió al país luego del exilio. La relación con
Montoneros, actor clave en la repatriación del líder, se fue tensando cada vez
más en el tironeo con la vieja guardia sindical que ostentaba el carnet
vitalicio del movimiento peronista. El 17 de noviembre de 1972 el General se
encontró con un país distinto, con niveles de violencia política actualizados a
los tiempos que corrían. Y fue entonces cuando empezó a enviarles ciertos
mensajes a aquellos jóvenes que habían posibilitado su propio regreso.
Perón y la Triple A, de Sergio Bufano y
Lucrecia Teixidó, editorial Sudamericana, destaca “las 20 advertencias que
Perón fue lanzando a Montoneros desde la vuelta al país hasta su muerte”. La
hipótesis del libro es contundente: la Alianza Anticomunista Argentina
-conocida como la Triple A- no fue una creación aislada del entonces ministro
de Bienestar Social, José López Rega, sino una concepción que ya estaba en la
cabeza de Perón.
Leé cinco extractos de las advertencias más
fuertes del líder del justicialismo a los Montoneros:
I.
Mantener
a Montoneros lejos del Estado
Consciente de que
el pedido de cordura y madurez solicitado desde España había caído en saco
roto, y que la solicitud de mantenerse “dentro del mayor orden y tranquilidad”
durante el acto de recibimiento terminó con numerosos muertos y heridos, Perón
hizo una advertencia, la primera de las veinte que lanzó desde su llegada hasta
el día de su muerte. Fue el 21 de junio de 1973, al día siguiente de su arribo
a la Argentina y después de haber sido informado de los sucesos ocurridos en
Ezeiza y de quiénes conformaban los dos bandos que participaron.
En ese, su primer discurso, tomó partido
por quienes estaban en el palco oficial y dispararon sus armas contra los
montoneros que intentaban copar la primera fila del palco. La advertencia fue
explícita: “Los que ingenuamente piensan que pueden copar a nuestro Movimiento
o tomar el poder que el pueblo ha reconquistado, se equivocan. Ninguna simulación
o encubrimiento, por ingeniosos que sean, podrán engañar a un pueblo que ha
sufrido lo que el nuestro. […] Por eso, deseo advertir a los que tratan de
infiltrarse en los estamentos populares o estatales, que por ese camino van
mal”. Montoneros había logrado una considerable participación en las
administraciones nacionales y provinciales y a ellas se refería con el término
infiltración.
Los enemigos de afuera eran fácilmente
identificables en su discurso: los imperialismos de uno y otro signo, los grandes
monopolios internacionales, los capitales salvajes especuladores, entre otros.
¿Pero quiénes eran los enemigos de adentro? Faltaba identificarlos y Perón —un
hombre astuto que sabía elegir las palabras— lo hizo expresamente para que no
quedaran dudas: “Los peronistas tenemos que retornar a la conducción de nuestro
Movimiento. Ponerlo en marcha y neutralizar a los que pretenden deformarlo
desde abajo o desde arriba. Nosotros somos justicialistas. Levantamos una
bandera tan distante de uno como de otro de los imperialismos dominantes […] No
hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología”.
La consigna de “patria socialista” coreada
por Montoneros quedó al desnudo y el mensaje de Perón fue claro y directo a
todos los argentinos.
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II. Ni yanquis ni marxistas, peronistas
El 1° de octubre Perón pronunció un
discurso ante los gobernadores de todo el país. Perón comenzó su discurso
afirmando que “el asesinato del secretario de la Confederación General del
Trabajo no es sino la culminación de una descomposición política, que los
hechos han venido acumulando a lo largo de una enconada lucha, que influyó
sobre algunos sectores de nuestra juventud, quizás en momentos justificada,
pero que hoy amenaza con tomar caminos que divergen totalmente de los intereses
esenciales de la República Argentina por los cuales nosotros hemos de luchar a
la altura de la responsabilidad que tenemos”.
La frase “quizás en momentos justificada”
con seguridad remitía al aliento que desde su exilio en España había otorgado a
los movimientos armados, especialmente a Montoneros. Ahora, de regreso en la
Argentina, se encontraba con que aquella “juventud maravillosa” no respondía a
sus órdenes ni respetaba la voluntad de la mayoría de los ciudadanos que lo
habían elegido en comicios irreprochables.
La reunión con los gobernadores fue a
puertas cerradas y la palabra de Perón fue oficialmente entregada a los medios
por la Secretaría de Prensa. No obstante, durante el cónclave, se distribuyó un
documento reservado leído por Martiarena que, probablemente con la venia
oficial, los gobernadores no titubearon en dar a conocer públicamente.
Inmediatamente fueron reproducidas por los
diarios: “Los grupos o sectores que en cada lugar actúen invocando adhesión al
peronismo y al general Perón deberán definirse públicamente en esta situación
de guerra con los grupos marxistas y deberán participar activamente en las
acciones que se planifiquen para llevar adelante esta lucha”.
El asombro o la incredulidad de Montoneros
ante esas afirmaciones fue expresado por el editorial de El Descamisado del 9
de octubre de 1973 que llevaba por título “Y esto, ¿qué es?”
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III. Marx, Lenin y el Che, afuera
Finalmente, llegó el día esperado. El 12 de
octubre el general Juan Domingo Perón asumió la Presidencia de la Nación por
tercera vez en la historia luego de dieciocho años de exilio. La tensión y los
enfrentamientos entre las diferentes organizaciones en el seno del movimiento
peronista se profundizaba día a día y en todos los terrenos. Las exigencias de
ortodoxia e higienismo ideológico se extendían como una mancha ominosa sobre el
territorio nacional. No importaban las declamaciones de lealtad a Perón por
parte de gobernadores y funcionarios.
La cruzada adquiría por momentos rasgos
tragicómicos. La Policía Federal tomó por asalto un local al que calificaron
como “centro de adoctrinamiento marxista” en Lanús, provincia de Buenos Aires,
dirigido por Rodolfo Mattarollo y José Manuel Soriano, ambos redactores de la
revista Nuevo Hombre. Oficialmente se informó que al llegar la policía los
efectivos sorprendieron a unas veinte personas, “de ambos sexos, de 5 a 16 años
de edad, que esperaban recibir las clases de adoctrinamiento”. En el local se
secuestraron retratos de Marx, Lenin y el Che Guevara que “adornaban el aula”.
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IV. Las armas y López Rega
Era tan evidente el apoyo que recibían los
grupos derechistas por parte del Estado, que en esa reunión con los
periodistas, Perón se preocupó por desligar a su gobierno de la acción
violenta. Para ello comentó que le habían sugerido crear batallones de la
muerte como los que funcionaban en Brasil, para eliminar a los violentos; pero
que él desistió de la idea: “Hay hombres que siguen pensando como antes, que es
mejor pelear que ponerse a trabajar. […] Y esos ya no están en la contra, ahora
son recontras como dicen los muchachos”.
Algo más ambiguo fue su comentario
siguiente: “Hay otros que quieren copar el gobierno violentamente porque creen
que hay que poner sistemas más drásticos y duros, empezando a destruir muchas
cosas. Son distintas maneras de pensar. Ellos compran armas y por intersticios
entran sus armas; creen que un día podrán hacer algo. Yo lo dudo, pero… ellos
están convencidos. Esa gente es la que conspira. En esto hay sectores de la
ultraizquierda, pero también los hay de ultraderecha“, dijo sin identificarlos.
Pero a continuación —retornando a la misma
argumentación ya expresaba en otras ocasiones— el Presidente prefirió culpar a
la izquierda. Sostuvo que había surgido en 1968 con la IV Internacional de
París y estaba dispuesto a combatirla con la ley y la justicia: “Muchas veces
me han dicho que creemos un ‘batallón de la muerte’ como el que tienen los
brasileños, o que formemos una organización parapolicial para hacerle la
guerrilla a la guerrilla. Pienso que esto no es posible ni conveniente”.
Había que salir al paso de las versiones
que sugerían tímidamente que el Estado estaba Vinculado y alentaba a los grupos
de derecha a través del Ministerio de Bienestar Social dirigido por su
secretario privado López Rega.
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V. De la advertencia a la amenaza
El 17 de junio, dos semanas antes de su
muerte, el presidente mantuvo la última reunión política pública, y fue con los
dirigentes de la CGT que concurrieron preocupados por las versiones que
circulaban sobre su salud. Inquietos, veían con temor un desenlace que podía
dejarlos en manos de una mujer a la que ellos habían considerado únicamente
como esposa de su líder. Los espantaba la posibilidad de una sucesión que
transmitiera la responsabilidad del aparato de Estado a Isabel Perón. No solo a
ellos, sino a la mayoría de los argentinos.
Allí realizó su última advertencia, que en
verdad habría que denominar amenaza. En primer lugar, planteó su preocupación
por el clima de violencia que existía en el país: “Ahora ya no se sabe quiénes
son los que asaltan, quiénes los que roban. Algunos dicen que son políticos,
otros dicen que son delincuentes. Yo creo que son todos delincuentes. […] Pero
ese proceso tenemos que encararlo y ya el gobierno lo va a encarar. Hasta ahora
no hemos querido sumar a la violencia de ellos, la violencia nuestra. Pero,
policialmente, se va a ir resolviendo ese problema, que es de la policía, dado
que son delincuentes”.
Y finalmente dijo lo que quería decir pero
no debería haber dicho, porque su palabra, él lo sabía perfectamente, alimentaba
a los peores demonios: “Desgraciadamente, la descomposición del hombre
argentino, practicada sin medida durante tantos años, nos ha llevado a esto.
[…] Tenemos que erradicarlo de una o de otra manera. Intentamos hacerlo
pacíficamente con la ley. Pero si eso no fuera suficiente, tendríamos que
emplear una represión un poco más fuerte y más violenta también”.
Ese fue su último mensaje. Los
sindicalistas obedecieron la orden y la represión, de una o de otra manera, se
lanzó a la calle a sangre y fuego.
La fuente utilizada por el libro para citar
los discursos es: Perón, Juan, 1973-1974, Todos sus discursos, mensajes y
conferencias, vol. I, colección “La palabra y la obra de Juan D. Perón”,
Editorial de la Reconstrucción, Buenos Aires, 1974.
FUENTE: https://adribosch.wordpress.com
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