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domingo, 2 de diciembre de 2012

Durísimo documento de la Iglesia Católica (Texto completo)

El Epis­co­pado difun­dió un docu­mento en el que pide “una diri­gen­cia que no piense solo en sus pro­pios intere­ses”, ade­más de adver­tir que “a casi treinta años de la demo­cra­cia, los argen­ti­nos corre­mos el peli­gro de divi­dir­nos nue­va­mente en ban­dos irre­con­ci­lia­bles”. Tam­bién cues­tionó “el exce­sivo cau­di­llismo” y “la poli­ti­za­ción pre­ma­tura y par­ti­dista de los alumnos”.

La Igle­sia Cató­lica difun­dió un duro docu­mento en el que llamó a bajar los nive­les de con­fron­ta­ción en la socie­dad, alertó sobre el riesgo de una divi­sión en “ban­dos irre­con­ci­lia­bles” y pidió la inde­pen­den­cia del poder judicial.

“A casi treinta años de la demo­cra­cia, los argen­ti­nos corre­mos el peli­gro de divi­dir­nos nue­va­mente en ban­dos irre­con­ci­lia­bles. Se extiende el temor a que se acen­túen estas divi­sio­nes y se ejer­zan pre­sio­nes que inhi­ban la libre expre­sión y la par­ti­ci­pa­ción de todos en la vida cívica”, alertó el docu­mento del Episcopado.

Tras seña­lar que “algu­nas som­bras nos han per­se­guido a lo largo de nues­tra his­to­ria, que en dis­tin­tos momen­tos han acen­tuado su inten­si­dad e impe­dido una vigen­cia más plena del orden demo­crá­tico”, el Epis­co­pado puso el acento en “el exce­sivo cau­di­llismo, que atenta con­tra el desa­rro­llo armó­nico de las ins­ti­tu­cio­nes, acen­túa su dete­rioro y menos­caba la auto­no­mía de cada uno de los pode­res del Estado, tanto en el orden nacio­nal como provincial”.

“Esto es par­ti­cu­lar­mente deli­cado cuando se trata de la inde­pen­den­cia del Poder Judi­cial”, ase­ve­ra­ron.

La Igle­sia pun­tua­lizó que “otra som­bra es la opo­si­ción entre las visio­nes uni­ta­ria y fede­ral de la nación, la cual se exten­dió fuer­te­mente en los albo­res de nues­tra patria, e inter­mi­ten­te­mente se mani­fiesta en dis­tin­tos momen­tos de la historia”.

Los obis­pos expli­ca­ron que “cuando en nues­tra ora­ción por la patria (acu­ñada en plena cri­sis 2001–2002) deci­mos que que­re­mos ser nación expre­sa­mos un anhelo cla­ra­mente mani­fiesto en nues­tra Cons­ti­tu­ción. Que­re­mos ser una nación basada efec­ti­va­mente en un sis­tema repu­bli­cano, repre­sen­ta­tivo y federal”.

“Todos los habi­tan­tes de nues­tra patria nece­si­tan sen­tirse res­pal­da­dos por una diri­gen­cia que no piense solo en sus pro­pios intere­ses, sino que se preo­cupe prio­ri­ta­ria­mente por el bien común”, subrayaron.

La Igle­sia instó a los argen­ti­nos a recor­dar “la deuda pen­diente de nues­tra recon­ci­lia­ción” y afirmó que “se hace cada vez más nece­sa­rio gene­rar con­tex­tos de encuen­tro, de diá­logo, de comu­nión fra­terna que nos per­mi­tan reco­no­cer­nos y tra­tar­nos como her­ma­nos, abo­rre­ciendo el odio y cons­tru­yendo la paz”.

En otro de los pun­tos, los obis­pos insis­tie­ron en remar­car que “la droga se extiende por el cre­ci­miento del cri­men del nar­co­trá­fico y la red de com­pli­ci­da­des que lo sus­ten­tan” y con­si­de­ra­ron que ésta es “una de las cau­sas prin­ci­pa­les de la pro­li­fe­ra­ción del delito y de la con­si­guiente inseguridad”.

Por otra parte, llamó a que se tome con­cien­cia de la nece­si­dad de “mejo­rar el sis­tema edu­ca­tivo, de modo tal, que los más pobres sean sus prin­ci­pa­les bene­fi­cia­rios” y cues­tionó, sin men­cio­narlo, la intro­mi­sión de la agru­pa­ción kir­che­rista “La Cám­pora” en las escue­las, al recor­dar que “la nece­sa­ria pre­pa­ra­ción para la vida cívica de niños y jóve­nes debe excluir la poli­ti­za­ción pre­ma­tura y par­ti­dista de los alumnos”.

En el docu­mento, los obis­pos tam­bién cues­tio­na­ron el aborto y el matri­mo­nio homosexual.

El pro­nun­cia­miento sobre la reali­dad del país había sido apro­bado en el ple­na­rio epis­co­pal de prin­ci­pios de noviem­bre, pero los obis­pos pre­si­di­dos por mon­se­ñor José María Aran­cedo deci­die­ron pos­ter­garlo hasta eva­luar el impacto del 8N y el paro con­vo­cado por la CGT opo­si­tora de Hugo Moyano y de la CTA de Pablo Micheli.

# Texto completo

“Refle­xio­nes de los obis­pos al acer­car­nos a la Navidad

Cree­mos en Jesu­cristo, Señor de la his­to­ria
Ten­gan un mismo amor, un mismo cora­zón, un mismo pen­sa­miento…
Que cada uno bus­que no sola­mente su pro­pio inte­rés, sino tam­bién el de los demás1

El Año de la fe que hemos ini­ciado nos con­voca a reno­var nues­tra fe en el Dios vivo y ver­da­dero con una con­cien­cia agra­de­cida por el don reci­bido. Desde los orí­ge­nes de nues­tra nacio­na­li­dad la fe cris­tiana fue trans­mi­tida en el ejer­ci­cio de la misión de la Igle­sia, en el seno de las fami­lias y por medio de sus pro­yec­cio­nes en la cul­tura de nues­tro pue­blo. Por eso, damos gra­cias por la fe de tan­tos argen­ti­nos que, a lo largo de nues­tra his­to­ria, han sido tes­ti­gos del Evan­ge­lio y ciu­da­da­nos ejemplares.

El cen­tro de la fe cris­tiana es Jesu­cristo el Hijo de Dios hecho hom­bre, nues­tro herma-no y nues­tro Reden­tor que nos ha reve­lado el amor del Padre y nos ha comu­ni­cado el Espí­ritu Santo, fuente de reno­va­ción y de unidad.

Al pro­fe­sar con ale­gría y entu­siasmo la fe expre­sa­mos nues­tro deseo de difun­dirla y com­par­tirla, de encar­narla en nues­tra vida y en todas sus mani­fes­ta­cio­nes. Bene­dicto XVI al invi­tar­nos a cele­brar este tiempo de con­ver­sión, de refle­xión sin­cera y de nueva adhe­sión al Señor nos ha recor­dado que la fe no puede que­dar recluida en lo íntimo del cora­zón, sino que tiene una dimen­sión pública: requiere ser mani­fes­tada con cohe­ren­cia en nues­tras opcio­nes temporales2.

Jesu­cristo, Señor de la his­to­ria, te necesitamos

Invo­ca­mos a Jesu­cristo como Señor de la his­to­ria, y reco­no­ce­mos que tene­mos necesi-dad de Él, de su luz, de su per­dón y de su gra­cia, para edi­fi­car la comu­ni­dad humana en la ver­dad, la jus­ti­cia y el amor, según el plan de Dios. Varias veces, hacién­do­nos eco de una con­vic­ción amplia­mente exten­dida, hemos afir­mado que nos encon­tra­mos sumi­dos en una pro­funda cri­sis moral, que revela que la fe no impregna ple­na­mente nues­tro estilo de vida. Lo mani­fes­ta­mos en la ora­ción que reza­mos por la patria, al decir: Nos sen­ti­mos heri­dos y agobiados.

Esta dolo­rosa situa­ción se refleja en todos los órde­nes de la vida nacio­nal. Pode­mos salir de ella mediante la con­ver­sión a Dios, el único Señor, aban­do­nando el pecado y asu­miendo el com­pro­miso de cum­plir sus man­da­mien­tos: “ama­rás al Señor tu Dios con todo tu cora­zón y con toda tu alma, con todo tu espí­ritu y con todas tus fuer­zas… Ama­rás a tu pró­jimo como a ti mismo”3. Este doble man­da­miento del amor ins­pira el ejer­ci­cio de la jus­ti­cia, que es la vir­tud básica de la vida social.

Que­re­mos ser Nación

Como señala Bene­dicto XVI, en este Año “será deci­sivo vol­ver a reco­rrer la his­to­ria de nues­tra fe, que con­tem­pla el mis­te­rio inson­da­ble del entre­cru­zarse de la san­ti­dad y el pecado”4 .

Estas pala­bras del Santo Padre nos inter­pe­lan, espe­cial­mente cuando mira­mos la vida de nues­tra patria. Así como hemos dado gra­cias por la fecun­di­dad de la fe en Argen­tina, tam­bién nos sen­ti­mos movi­dos a un exa­men de con­cien­cia, a la con­ver­sión y a una puri­fi­ca­ción del corazón.

La patria es un don de Dios con­fiado a nues­tra liber­tad. Un regalo que debe­mos cui­dar y perfeccionar5. Es espe­ran­za­dor cons­ta­tar que, no obs­tante tan­tas difi­cul­ta­des, sigue vivo en el alma de nues­tro pue­blo el deseo de ser nación y de cons­truir jun­tos un pro­yecto de país.

La fe nos alienta a revi­sar nues­tra vida per­so­nal y social a la luz de Jesu­cristo. Él es la Ver­dad que nos hace libres. El encuen­tro con el Señor des­pierta en el cora­zón del hom­bre aque­llas ener­gías espi­ri­tua­les y mora­les que nece­si­ta­mos para for­ta­le­cer nues­tro com­pro­miso ciu­da­dano. Aspi­ra­mos a ser una nación cuya iden­ti­dad sea la pasión por la ver­dad y el com­pro­miso por el bien común.

Con todos los dis­cí­pu­los misio­ne­ros de Jesús en Argen­tina ya esta­mos tran­si­tando los cami­nos de la nueva evan­ge­li­za­ción. Como pas­to­res reno­va­mos nues­tro com­pro­miso con el anun­cio del Evan­ge­lio. Es el prin­ci­pal ser­vi­cio que pode­mos ofre­cerle a la socie­dad argentina.

Danos la valen­tía de la liber­tad de los hijos de Dios, para amar a todos sin excluir a nadie

El Hijo de Dios, al encar­narse, tomó la con­di­ción de servidor6. En este Año de la fe, Él nos invita a ser ple­na­mente libres, hacién­do­nos como Él ser­vi­do­res los unos de los otros, superando tanto el egoísmo, como acti­tu­des mera­mente partidistas.

Todos los habi­tan­tes de nues­tra patria nece­si­tan sen­tirse res­pal­da­dos por una diri­gen­cia que no piense solo en sus pro­pios intere­ses, sino que se preo­cupe prio­ri­ta­ria­mente por el bien común. “La feli­ci­dad está más en dar que en recibir”7 .

Recor­da­mos, una vez más, que este ser­vi­cio al bien común requiere una dedi­ca­ción gene­rosa a pro­mo­ver la dig­ni­dad de nues­tros her­ma­nos más pobres en su vida per­so­nal y fami­liar, para que sean pro­ta­go­nis­tas de su pro­pio desa­rro­llo inte­gral. La edu­ca­ción y el tra­bajo siguen siendo los ins­tru­men­tos que les per­mi­ten a las per­so­nas y a las comu­ni­da­des ser artí­fi­ces de su pro­pio destino.

Los obis­pos argen­ti­nos, reuni­dos en nues­tra 104 Asam­blea Ple­na­ria, hemos repa­sado con honda preo­cu­pa­ción algu­nos sín­to­mas de la per­sis­ten­cia de esta cri­sis moral y cul­tu­ral. Com­par­ti­mos algu­nos de ellos:

1. La dig­ni­dad de la vida desde la con­cep­ción hasta su tér­mino natu­ral es la base de todos los dere­chos huma­nos. Reite­ra­mos, una vez más, que el orde­na­miento jurí­dico debe res­pe­tar el dere­cho a la vida.

2. La fami­lia, fun­dada sobre el matri­mo­nio entre varón y mujer, es un valor arrai­gado en nues­tro pue­blo. Ante­rior al estado, es la base de toda la socie­dad y nada puede reem­pla­zarla. Vemos con preo­cu­pa­ción una corriente cul­tu­ral y un con­junto de ini­cia­ti­vas legis­la­ti­vas que pare­cen sos­la­yar su impor­tan­cia o dañar su identidad.

3. Los padres son los pri­me­ros res­pon­sa­bles de la edu­ca­ción de sus hijos. Tie­nen el dere­cho de que el sis­tema edu­ca­tivo no les imponga con­te­ni­dos con­tra­rios a sus con­vic­cio­nes mora­les y reli­gio­sas. Desea­mos que toda la socie­dad tome una mayor con­cien­cia de la nece­si­dad de mejo­rar el sis­tema edu­ca­tivo, de modo tal, que los más pobres sean sus prin­ci­pa­les bene­fi­cia­rios. La nece­sa­ria pre­pa­ra­ción para la vida cívica de niños y jóve­nes debe excluir la poli­ti­za­ción pre­ma­tura y par­ti­dista de los alumnos.

4. Cons­ta­ta­mos una angus­tia gene­ra­li­zada en nues­tro pue­blo por la vida de los jóve­nes. Es enorme la can­ti­dad de ellos que no estu­dian ni tra­ba­jan: ésta es una de las hipo­te­cas socia­les más desa­fiante para los argentinos.

5. La droga se extiende por el cre­ci­miento del cri­men del nar­co­trá­fico y la red de com­pli­ci­da­des que lo sus­ten­tan. Pen­sa­mos que ésta es una de las cau­sas prin­ci­pa­les de la pro­li­fe­ra­ción del delito y de la con­si­guiente inseguridad.

6. A casi treinta años de la demo­cra­cia, los argen­ti­nos corre­mos el peli­gro de divi­dir­nos nue­va­mente en ban­dos irre­con­ci­lia­bles. Se extiende el temor a que se acen­túen estas divi­sio­nes y se ejer­zan pre­sio­nes que inhi­ban la libre expre­sión y la par­ti­ci­pa­ción de todos en la vida cívica.

Con­cé­de­nos la sabi­du­ría del diálogo

Toda socie­dad tiene con­flic­tos. La demo­cra­cia, tal como lo refleja la doc­trina social de la Igle­sia, no se cons­truye agu­di­zán­do­los, sino con­cre­tando los idea­les de una ver­da­dera amis­tad social.

Algu­nas som­bras nos han per­se­guido a lo largo de nues­tra his­to­ria, que en dis­tin­tos momen­tos han acen­tuado su inten­si­dad e impe­dido una vigen­cia más plena del orden demo­crá­tico. Una es el exce­sivo cau­di­llismo, que atenta con­tra el desa­rro­llo armó­nico de las ins­ti­tu­cio­nes, acen­túa su dete­rioro y menos­caba la auto­no­mía de cada uno de los pode­res del estado, tanto en el orden nacio­nal como pro­vin­cial. Esto es par­ti­cu­lar­mente deli­cado cuando se trata de la inde­pen­den­cia del Poder Judicial.

Otra som­bra es la opo­si­ción entre las visio­nes uni­ta­ria y fede­ral de la nación, la cual se exten­dió fuer­te­mente en los albo­res de nues­tra patria, e inter­mi­ten­te­mente se mani­fiesta en dis­tin­tos momen­tos de la his­to­ria. Cuando en nues­tra ora­ción por la patria deci­mos que que­re­mos ser nación expre­sa­mos un anhelo cla­ra­mente mani­fiesto en nues­tra Cons­ti­tu­ción. Que­re­mos ser una nación basada efec­ti­va­mente en un sis­tema repu­bli­cano, repre­sen­ta­tivo y federal.

Lle­gando la Navi­dad los argen­ti­nos debe­mos recor­dar­nos la deuda pen­diente de nues­tra recon­ci­lia­ción. Se hace cada vez más nece­sa­rio gene­rar con­tex­tos de encuen­tro, de diá­logo, de comu­nión fra­terna que nos per­mi­tan reco­no­cer­nos y tra­tar­nos como her­ma­nos, aborre-ciendo el odio y cons­tru­yendo la paz.

El niño que María recuesta en el pese­bre es el Señor de la his­to­ria. A Él vol­ve­mos a diri­girle nues­tra ple­ga­ria: “Jesu­cristo, Señor de la his­to­ria, te nece­si­ta­mos…” A la Vir­gen María, Nues­tra Señora de Luján, le con­fia­mos nues­tras inquie­tu­des y pone­mos en sus manos nues­tras esperanzas.

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