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miércoles, 4 de febrero de 2015

LA ROSADA, LEJOS DEL PUEBLO

LA PLAZA DE MAYO VALLADA DISPARA UN DEBATE ENTRE INTELECTUALES
En 2001 se instalaron vallas para contener la protesta social que ponía en riesgo la Casa Rosada; nunca las retiraron y la semana pasada, tras la protesta por la muerte de Nisman, las soldaron; historiadores, urbanistas y escritores reflexionan sobre cómo afecta a ese lugar icónico
Como un rastro del "que se vayan todos" de 2001, como una marca de entonces, quedaron las vallas, ésas que surgieron para proteger la Casa de Gobierno, pero también otros edificios como bancos o el Congreso de la Nación. Las demás, se fueron removiendo pasada la convulsión social, pero las de Plaza de Mayo quedaron y desde entonces son escudo de protección de diferentes manifestaciones. La semana pasada, después de la convocatoria a la Plaza tras la muerte del fiscal Alberto Nisman, las vallas fueron soldadas. ¿Qué impacto simbólico produce esta decisión? ¿Qué se trastoca o se pierde a partir de este gesto?
La primera foto que se conoce de la Casa de Gobierno es de 1898. Se ven a los carruajes transitar por la calle de enfrente y descansar en torno de la plaza; se ven, también, transeúntes caminando por la vereda del lugar. Una imagen difícil de contrastar con la de estos tiempos. El historiador y escritor Daniel Balmaceda recuerda que una característica de cualquier fundación española es que lo primero en establecerse sea la plaza; allí incluso era el lugar donde se impartía Justicia. "La plaza era el lugar de todos. Uno podía tener cierta exclusividad en iglesias, en casas de familia, en otros lugares privados, pero la plaza siempre fue de todos y para todos. En cualquier tipo de celebración el punto de encuentro era ese", señala. En Buenos Aires no fue diferente: se fundó a partir de la Plaza de Mayo. Desde allí empezó a crecer la ciudad.
Balmaceda se remonta al 1770 para recordar que la Plaza se enrejaba esporádicamente cuando había corridas de toros; era una protección para los asistentes. Y enumera momentos de una plaza desbordante y sin vallas: la celebración de 1806 cuando se reconquistó Buenos Aires; las fiestas mayas, de los 25 de mayo; en 1880, cuando Nicolás Avellaneda hizo el Mitin por la paz; la celebración del Centenario en 1910; muchos actos políticos del peronismo -está la emblemática foto de un obrero con los pies en la fuente el 17 de octubre de 1945-; Alfonsín después de Semana Santa, por nombrar algunos.
Este miembro vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores reconoce que "hace unos 60 años la sociedad se ha acostumbrado a maltratar la plaza, que sufrió todo tipo de castigos". Se refiere, por ejemplo, con las famosas pintadas en sus monumentos, "hechos políticos graves donde primó la violencia". Y agrega: "Uno entiende que tiene que ser protegida de actos vandálicos. Pero en este caso, cuando uno está aislando la mitad de la Plaza, no está el objetivo de protegerla, porque si no se cerraría toda. Esto tiene que ver con evitar el acercamiento a la Casa Rosada".
Las plazas cercadas son cada vez más habituales en la ciudad de Buenos Aires. El docente de Urbanismo de la UBA e investigador del Conicet Martín Boy señala que los espacios públicos hace tiempo que comenzaron a "privatizarse" y, en ese sentido, a nadie puede sorprender que se suelden las vallas que están dispuestas en la Plaza de Mayo.
Hoy la Ciudad de Buenos Aires es otra, dice este sociólogo, y se explaya con algunos interrogantes. "La reja vino a poner una distancia y puede interpretársela como un signo de la ciudad de los últimos quince años. La Ciudad de Buenos Aires hoy se caracteriza por la fragmentación, por la separación de los diferentes sectores socioeconómicos a través de la mano ¿invisible? del mercado. Simultáneamente, la calle sigue siendo el lugar donde las diferencias en tránsito se encuentran, se solidarizan y se molestan. En estos encuentros es donde las desigualdades se producen, reproducen y reconfirman".
Y Boy concluye: "Vivimos en ciudades en las cuales el otro es peligroso hasta que demuestre lo contrario y no al revés. ¿Puede sorprendernos que quienes queden de un lado son los que protestan? ¿Se puede pensar la soldadura de las vallas de Plaza de Mayo como una excepción en la ciudad? ¿Por qué algunas rejas molestan más que otras?".
En esa misma línea, el sociólogo Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, dice que no es partidario de las vallas en ninguna plaza y habla de la necesidad de discutir acerca del lugar que se le da a lo público, no siempre entendido como de todos y para todos. "Creo que es necesario discutir el uso del espacio público como en el resto de las plazas de la Ciudad de Buenos Aires, que se están cercando y cerrando de noche", dice.
Para la Plaza de Mayo en particular, un sitio de celebraciones y también de protestas multitudinarias, González tiene una consideración específica. "Si la protesta es sensata no hacen falta vallas", dice. "Es necesario destacar que nunca hubo tantos derechos sustentados en debates y discusiones democráticas como en estos últimos años", agrega este intelectual miembro del espacio Carta Abierta , afín con el kirchnerismo. Y ofrece una aclaración respecto del vallado. "Si bien las vallas son estéticamente indeseables, no son represivas. La Plaza de Mayo reúne los símbolos más profundos de la República, la democracia y los derechos humanos, por eso hace falta un debate sobre su uso".
Una de las demandas de estos intelectuales y, quizá de la ciudadanía en su conjunto, es que se discuta el uso del espacio público o, al menos, se explique en este caso por qué se toma la decisión de transformar el vallado temporal de esta plaza icónica en una cortina de hierro duradera.
La escritora María Rosa Lojo también se refiere a la Plaza de Mayo como símbolo. "Desde 1954 hasta hoy, por la Plaza caminaron las Madres de los desaparecidos, en procura de una justicia que tanto tardó en llegar. En ella buscaron la confirmación de su popularidad, o la ratificación de su gestión pública, todos los presidentes, incluso los dictadores. Hacia allí marcharon todos los indignados y se concentraron todos los reclamos. Sobre ese suelo hubo muertes trágicas de civiles y de conciudadanos: desde el bombardeo de junio del 1955 a la represión de 2001
La Plaza es icónica, magnética: mide éxitos o fracasos, celebra o condena. Sirve para la fiesta y para el duelo, siempre a gran escala, magnificada y multiplicada por la vidriera de los medios, que no han logrado reemplazar su poder convalidante. No hay político que no se desespere por lograr esa legitimidad que solo la Plaza parece conceder. La imagen es potente: una metonimia (la parte por el todo) que funciona como el modelo de la aquiescencia o la disconformidad de toda una nación. Pero también, y quizá sobre todo, de esperanza. Por algo lleva el nombre de Mayo: es nuestra plaza de la Revolución: el amanecer de la independencia".
Para esta Doctora en Letras, la Plaza provoca, desafía, exige. "La Plaza aplaude, conmueve, vitorea, promete, jura. Es el pop, el rock y el desenfado. La cumbia y el chamamé. Las patas en las fuentes, las banderas rojas. La bronca de la buena gente que se cansa de verla pasar de lejos, de que la jueguen otros. Fue la Plaza de las cacerolas y del "que se vayan todos". Como marca de ese momento aciago persiste el rastro o el resto de las vallas".
Esta escritora recuerda al gran Cortázar, con su poema La Patria, cuando rememora su sentir sobre la Plaza: "Cuando estoy lejos y pienso en la Argentina, las primeras imágenes que se me vienen a la cabeza son las de mi casa y también, las de la Plaza. Un contrapunto de lo privado y de lo público en el que se ha ido tejiendo mi vida y la de todos. No soy porteña, sino del conurbano. Pero la Plaza, lo sabemos, es nuestra tierra común, más allá de la antinomia de provincianos y porteños; es el campo donde nos reunimos, físicamente o por traslación informática y mediática, para compartir la alegría y el insulto, las puteadas, las exaltaciones, las victorias. O el clamor por la democracia originaria, primitiva, directa, cuando la otra se resquebraja, se corrompe, se debilita. Amo esa Plaza plebeya y turbulenta, para todos los usos. Es mi espejo; el espejo y la memoria de nuestros conflictos, de nuestras convergencias y nuestros desentendimientos. Es la identidad colectiva, siempre en marcha, que se viene reconstruyendo en cada reunión, en cada conmoción".
LA NACION

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