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sábado, 29 de marzo de 2014

LA GENERACIÓN DEL 45

por Ariel Kocik *


El 23 de agosto, Nestor Grancelli Cha fue condecorado como mayor notable en el Congreso de la Nación, por una trayectoria “ejemplo para las nuevas generaciones”. El título parece formal, pero cobró significado en un discurso de ruptura, en una casa de leyes ganada por una corriente monocorde, hasta en el decorado. De 93 años, Grancelli apeló a la emoción de sus compañeros de la generación del 45 y les pasó a los jóvenes la herencia posible. “Es un privilegio que no esperaba a mi edad”, afirmó. Agradeció a sus amigos reformistas la constancia, tras medio siglo de confusión autoritaria en la Argentina, y afirmó que los jóvenes saben escuchar a quienes han guardado una coherencia.
Recordó a figuras de la historia como Justo José de Urquiza y la importancia del litoral, su tierra de origen, en la gesta que “nos liberó de una dictadura” para organizar el país. Un impacto cuando se reivindican los crímenes de Rosas en nombre de los derechos humanos. El alegato unió la militancia de su generación con un presente sin renuncias, ajeno a disculparse ante un progresismo de cafetería, por haber apoyado a las potencias aliadas y no al nazismo en 1945, al revés que la alianza libertadora nacionalista, donde militaban Rodolfo Walsh y otros santos de la izquierda de clase media, que eran de una derecha católica.
Hace setenta años, cuando el país se dividía en dos corrientes, que tenían en sus filas lo mejor y lo peor, el movimiento estudiantil no dudó entre democracia y autoritarismo, sobre todo, por los derechos humanos. Grancelli era presidente de la Federación Universitaria Argentina cuando el régimen militar de 1943 intervino a la facultad y disolvió a su federación, que pasó a ser “subversiva”. La FUA y la FUBA luchaban por los postulados de la reforma de 1918. Uno de ellos era la solidaridad obrero estudiantil y por eso los estudiantes apoyaron las huelgas de la carne, tranviaria, gráfica, ferroviaria y metalúrgica desde 1946, cuando la central obrera oficial (CGT) hacía lo contrario.
Otro principio era la autonomía universitaria, hoy entregado a la corrupción. En octubre de 1945, Grancelli habló en el sepelio del estudiante Aarón Salmún Feijóo, asesinado a metros de la Secretaría de Trabajo. Días después, otro sector de la generación del 45, también juvenil y rebelde, hacía el 17 de octubre por la libertad obrera, para muy pronto denunciar la traición de quienes adulaban al dictador Francisco Franco y desvirtuaban la gesta laborista. Ya en diciembre, Grancelli habló por la juventud en las escalinatas del Congreso, en un acto masivo, junto a los socialistas Alfredo Palacios y Alicia Moreau de Justo, exaltando la “rebeldía libertaria” de su generación, que dejaría miles de los suyos en las cárceles del país. Ese día hubo cuatro muertos.
Poco después, ya Perón presidente, un valiente gremialista denunció a quienes mataran a Feijoó. Pero el ingeniero Carlos Pascalli, interventor de la facultad de La Plata, defendió a los torturadores del estudiante socialista Juan Carlos Franco, motivando el repudio del doctor Alfredo Calcagno. La opción era entonces libertad o verdugos. Nestor Grancelli no habló de tantas cosas, como su militancia en el desarrollismo de Arturo Frondizi o su defensa a los guatemaltecos de izquierda perseguidos por el gobierno de Perón, pero resumió su trayectoria en siete décadas con una misma idea, desde aquél acto con Palacios en el ojo de la tormenta, hasta este reconocimiento en el mismo lugar, instando a los nuevos a luchar por la libertad en un país que parece rendido a la corrupción.
* El autor es periodista e investigador de historia

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