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domingo, 28 de octubre de 2012

Bioeconomía, la próxima frontera


La economía del carbón y el petróleo tiene fecha de vencimiento: está llegando un nuevo modelo para la producción de alimentos, medicamentos y energía. Conozca bioempresas argentinas de un sector que genera negocios globales por u$s 120 billones e inversiones por u$s 30 billones.



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Por María Gabriela Ensinck (Cronista Comercial)
 Para la economía clásica, el crecimiento se apoya en la producción y el consumo. El problema es que los recursos no son infinitos y el mundo está consumiendo el equivalente a un planeta y medio por año. Para 2050, las tendencias poblacionales indican que seremos 9.000 millones de habitantes, 3.000 millones se incorporarán a la clase media y esto impulsará un aumento del 70% en la demanda de alimentos y proteínas, 50% más de energía y 50% más de agua potable.
Ante tamaño desafío, las técnicas de ADN recombinante pueden dar una respuesta, ya que la ingeniería genética permite aumentar el rinde de los cultivos, generar más alimentos y biocombustibles, nuevos medicamentos, biomateriales innovadores y a la vez biorremediar (sanear mediante bacterias) aguas y suelos contaminados.
Llegó la hora de la Bioeconomía. "El término fue acuñado en los '60 por el economista Rumano Nicholas Roegen, y retomado por Barack Obama, en su anuncio en abril de este año del Bioeconomy Blueprint, un programa de desarrollo de empresas biotecnológicas para generar empleos, aumentar la productividad y cuidar el medio ambiente", explica Alberto D'Andrea, doctor en Química y director de la carrera de Biotecnología de la UADE.
La Argentina tiene un enorme potencial en este sector, "por sus recursos naturales, profesionales capacitados y la aparición de numerosos emprendimientos público-privados que apuestan a la innovación en Biotecnología", apunta Claudio Dunan, director de Estrategia de Bioceres y profesor de la Universidad de San Andrés.

El modelo de negocios bajo este nuevo paradigma exige una articulación entre universidades y centros de investigación, sector público y emprendedores e inversores privados. El consorcio Bioceres, creado en Rosario a fines de 2001, por un grupo de empresarios con participación del Indear-Conicet, es un ejemplo de esto. Hoy tiene 250 accionistas, desde Los Grobo hasta la petrolera nacional YPF, pero ninguno de ellos controla más del 4% de la compañía. Su foco es el desarrollo de productos y tecnologías para el agro, salud, farma y energía. De sus 110 empleados, el 50% son científicos.
En febrero de este año, Bioceres obtuvo, con la Universidad del Litoral (UNL) y el Conicet, la patente de un gen para cultivos tolerantes a sequía y salinidad en trigo soja y maíz cuyo lanzamiento comercial se hará en 2014 en los Estados Unidos, Brasil, la Argentina, China e India. También desarrollan biopesticidas y biofertilizantes a partir de microorganismos que reemplazan a los químicos; están trabajando en biocombustibles de segunda generación (a partir de residuos vegetales) y en bioplásticos a partir de glicerina.

Bioempresas Nac&Pop
La biotecnología es un sector con pocos y muy especializados jugadores. "En el mundo, hay unas 5.000 empresas que se dedican al tema, que generaron negocios por u$s 120 billones, en 2010, e inversiones por u$s 30 billones", destaca Alberto Díaz, director del Centro de Biotecnología Industrial del INTI . En la Argentina hay unas 120 empresas, principalmente en agro y salud. "El mayor impulso está dado por un sector del campo altamente innovador y por la creación de start ups en las universidades", dice Díaz.
En la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), una de las primeras en ofrecer la carrera de Biotecnólogo, se formaron varias bioempresas. Una de ellas es PB-L (Productos Bio-Lógicos), creada por Daniel Ghiringheli, profesor e investigador del Conicet, y tres de sus alumnos, con participación de la Universidad del 20%. La idea surgió en 2002, a partir de los trabajos prácticos de Ingeniería Genética, que derivaron en un plan de negocios, y se transformó seis años después en una sociedad anónima. "Empezamos a fabricar insumos biomoleculares que eran importados", cuenta el profesor. Por entonces, la universidad no tenía -como sí tiene hoy- una unidad de Vinculación y Transferencia. Y los científicos-emprendedores hicieron camino al andar. "Los socios aportamos el capital inicial, y la universidad el espacio y equipamiento. A medida que íbamos produciendo reinvertíamos en insumos y en los trámites para habilitar la empresa", recuerda Ghiringheli.
Hoy, PB-L produce marcadores, enzimas y reactivos para laboratorios de investigación públicos y privados en el país y factura unos $ 800.000 anuales. "Tenemos habilitación para exportar a países limítrofes, donde esperamos llegar en breve", afirma el investigador.

El motivador menos pensado
 
"Cuando (el ex ministro de Economía Domingo Felipe) Cavallo mandó a los científicos a lavar los platos, sin quererlo nos hizo un favor", confiesa con humor Hernán Farina, Biotecnólogo de la UNQ y co-fundador de Bioext. "Como no nos alcanzaba el sueldo, con dos colegas empezamos a pensar cómo completar ingresos". Así, en 1997 crearon dentro de la universidad una empresa dedicada a mejorar cultivos con biotecnología. Empezaron ensayando con soja en 20 hectáreas del abuelo de uno de los socios, y terminaron comprando un campo de 2.000 hectáreas más un galpón que equiparon para biofábrica. La inversión total ronda hoy u$s 1 millón, financiada en parte con Aportes No Reembolsables del programa Fontar del Ministerio de Ciencia.
A medida que se acentuaba el furor de la soja y los pooles de siembra y más empresas se dedicaban al rubro, los socios de Bioext redirigieron el negocio hacia cultivos no extensivos. En 2008 adquirieron una empresa dedicada a micropropagación vegetal (una especie de clonación, pero de tejidos en lugar de células), para la producción de arándanos. Luego, subieron un peldaño más en la agregación de valor y empezaron a extraer antioxidantes de estos frutos. "El mercado de suplementos dietarios en Sudamérica alcanza los u$s 1.300 millones, y queremos capturar un 5%", dice Farina. El primer paso será cubrir el mercado local, donde hay 22.000 farmacias, y luego ir a Brasil.
Por otra parte, están desarrollando un edulcorante en base a stevia, un cultivo originario de Paraguay, que no se metaboliza y resulta excelente para bajar de peso y tratar la diabetes. "Además, es un alimento funcional porque dos sobrecitos cubren la dosis diaria de Vitamina C", asegura Farina, quien continúa con su doble rol de científico y empresario. A la mañana dirige la empresa y a la tarde investiga.

Biología molecular for export
En 50 kilómetros a la redonda de Rosario se concentra el 10% de la producción mundial de biodiesel, según estima la Cámara Argentina de Energías Renovables. Por eso, no es casual que en la cuna de la bandera haya surgido Keclon, pionera en el desarrollo de una enzima que mejora la calidad y reduce el costo de este combustible derivado del aceite de soja.
La compañía fue fundada por Hugo Menzella, microbiólogo del IBR (Instituto de Biología Molecular de Rosario, dependiente del Conicet y la Universidad Nacional de Rosario), junto a tres colegas. Su actividad principal es la producción de enzimas -proteínas que actúan como catalizadores (aceleradores) de reacciones químicas- para la industria del biodiesel.
Con técnicas de ADN recombinante y biología sintética el grupo desarrolló una enzima que elimina impurezas del biodiesel en forma rápida, reemplazando procesos químicos mucho más costosos o el sistema de decantación que lleva varios días. Para lanzar su primer producto en 2015, la compañía estableció un acuerdo con el Conicet y la UNR, obtuvo un subsidio del Fondo Sectorial Fonarsec del Ministerio de Ciencia y cerró una ronda de financiamiento privado por u$s 600.000. Los inversores son el biotecnólogo chileno Pablo Valenzuela y el fondo AxVentures-Pymar de Lisandro Bril.
Mientras la industria local de biodiesel está en la encrucijada por la aplicación de retenciones móviles y un techo al precio interno por debajo de los costos, Menzella apunta al largo plazo y al mercado global. El mercado mundial de biocombustibles generará u$s 71 billones en 2020, según la Cámara Argentina de Biocombustibles, y la demanda de combustibles limpios crecerá en todo el mundo por el agotamiento del petróleo y la necesidad de reducir emisiones de gases de invernadero.
"La biotecnología permite reducir costos y tiempos, ser amigables con el medioambiente y generar transferencia de conocimiento para la sociedad", asegura el bio-emprendedor. Su start up apuesta a la producción de enzimas, un mercado global de u$s 6.000 millones anuales que crece al 7% anual.

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