“En 2001 la consigna
fue `que se vayan todos´. Ahora parece ser `que aparezca
alguien´”. Carlos Pagni
Ya pasó una de las fechas más
gravitantes para el futuro de la Argentina (http://www.youtube.com/watch?v=xH9u4smQ8EY) y es hora de sacar
algunas conclusiones sobre qué fue lo que realmente dijo el 8N,
así como de imaginar cómo reaccionarán los
destinatarios de esos dichos. Las multitudes que coparon calles, plazas y
avenidas del país enviaron claros telegramas para todos los que, en
unas filas o en otras, hoy se destacan en el pobrísimo escenario
político.
Los primeros en recibirlos –y rechazarlos-
fueron, obviamente, Anímal
Fernández, Cafre
D´Elía, Hijitus
Abal Medina, Chimango
Larroque y hasta Sir
Laclau, quienes se agotaron tratando de desacreditar y ningunear una
protesta entonces futura. Doña Cristina recibió varios,
todos ellos reclamando República e instituciones, sobre todo
Justicia; al recorrer toda la concentración, pude ver y hablar con
muchos manifestantes y encontré en ellos ese común
denominador. Lamentablemente, el mismo viernes demostró que se
había negado a recibirlos.
Nuestra egregia Presidente, con formas
chocantemente chabacanas y ordinarias, literalmente desconoció el
hecho mismo; prefirió mencionar como lo más relevante
sucedido el jueves las elecciones en el Partido Comunista chino.
Evidentemente, la señora hace gala de su desprecio por la
ciudadanía y, sobre todo, de esa parte importante de ella que
reventó las calles con respeto y
alegría.
El viernes el propio Juez Griesa le envió
otro telegrama; harto de los dichos presidenciales, intimó a la
Argentina a presentar un plan de pago a los holdouts antes del 16N, so pena de imponerlo el 2D y enviar
al país a un nuevo default; además, le hizo una severa
advertencia acerca de la pretensión de desconocer los fallos de los
tribunales norteamericanos, elegidos por don Néstor (q.e.p.d.) para
dirimir las cuestiones “bonísticas”,
informándole que se tomarían severas medidas
económicas en nuestra contra. Espero que no rechace el envío
mientras se pregunta: “¿qué le hace una mancha más al
tigre?”, básicamente porque ya Argentina no es siquiera
un gato en el mundo. También anhelo que no declare la guerra a
Ghana por la ubicación de la fragata “Libertad”; los
novecientos metros que separan un lugar del otro son, por cierto, un tema
más que menor dentro de un panorama especialmente
complicado.
Los miembros de la oposición, que han
demostrado tener una concepción tan infantil de la política
y, como consecuencia de ello, actúan por turno como idiotas
útiles, no deberían negarse a recibir los telegramas que les
enviara la multitud; la frase que encabeza esta nota fue, seguramente,
parte del texto. La rabia y
la desilusión de la ciudadanía, que viene de muy larga data,
no permitieron corregir la dirección de la protesta, pese a las
buenas noticias que significaron, en las dos últimas semanas, los
compromisos firmados por senadores y diputados que invalidan cualquier
tentativa de modificar la Constitución, al menos hasta las
elecciones de 2013, tan lejanas.
Hoy, con todos los peligros que ello implica, lo
real es que la Argentina, sobre todo sus clases medias, está
buscando desesperadamente el nacimiento de un nuevo liderazgo en el cual
confiar y, a la vez, al que pueda controlar. En la situación actual
de magma que vive nuestra sociedad –del cual sólo se
exceptúa el núcleo duro del cristinismo, formado por gente
convencida pero, también, por delincuentes que temen perder
libertad y patrimonio- cualquier ciudadano que pueda exhibir un
curriculum, y no un prontuario, puede convertirse en la expresión
genuina de esa voluntad de retornar a la Constitución, al
federalismo, a la Justicia y del hartazgo de la inseguridad, de la
inflación, de la mentira, del permanente recorte a las libertades
individuales, de la arbitrariedad, del despotismo y, en general, del
desmadre en que el Gobierno ha sumido al
país.
A partir del jueves pasado, se abren nuevos
interrogantes en la demencial batalla que lleva adelante la Casa Rosada
contra Clarín porque, como dije en alguna nota anterior, la
masividad de la protesta puede derivar en una defensa cívica al
derecho a elegir que esta guerra, que a nadie interesa, pretende conculcar.
No necesito repetir que no tengo por ese grupo mediático
simpatía alguna, ya que fue cómplice del poder hasta la
crisis del campo, pero exijo se respete mi derecho a elegir, y estoy
dispuesto a pelear para que nadie me lo quite.
Si el Gobierno pretende ignorar, una vez
más, el reclamo ciudadano en tal sentido, pondrá
definitivamente en juego la escasa paz social que su vocación
divisoria aún permite. Los argentinos que nacimos hasta 1960
tenemos perfectamente en claro a qué nos están llevando, y
cuánta sangre correrá entonces, porque tenemos fresca esa
memoria, a contramano de la reescritura de la historia que ha llevado
adelante desde mayo de 2003.
Para concluir, también fueron destinatarios
de sendos telegramas los jueces, en especial los ministros de la Corte
Suprema. En estos días, apareció una solicitada firmada por
grandes personalidades, muchas de ellas amigos míos. No la
suscribí porque tengo enormes reparos contra los miembros de nuestro
Poder Judicial. El Tribunal supremo, sin que ninguno de sus otros miembros
se sienta obligado a renunciar por ello, mantiene en su seno a un Juez
dueño de prostíbulos y evasor de impuestos, y ha reelegido
como Presidente a alguien que, a despecho del progreso de la humanidad en
la materia, se ha puesto de acuerdo públicamente con los Kirchner
para terminar con todos los principios de derecho que hacen posible la
convivencia en las sociedades: el de inocencia, el de legalidad, el de
juez natural, el de irretroactividad de la ley penal, el de no juzgar dos
veces por el mismo delito, el de igualdad ante la ley. Mi rechazo moral
también se vincula con la notoria complicidad de la Corte con las
aberraciones que, diariamente, cometen la Presidente, sus ministros y sus
funcionarios, que ignoran las sentencias que no condicen con sus deseos,
que persiguen impunemente a los jueces probos y alquilan la voluntad de
los corruptos, y que han terminado con la republicana división de
poderes.
Contra toda esperanza, esperé que la
Presidente entendiera el mensaje de la calle: “Cristina, dejá el
micrófono y ponete los auriculares”. Tristemente no lo
hizo y, otra vez, la tragedia se cernirá sobre la Argentina, y el
juicio de la Historia, al que dice ser afecta, resultará
inapelable.
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