Cipriano
Reyes es un personaje lateral de la historia del país del último
siglo. Su postura innegociable frente al verticalismo peronista,
y su condición de luchador social, denunciante de los sectores oligárquicos
y reaccionarios, tal vez le valieron cierto desinterés desde
uno y otro lugar por difundir su singular trayectoria. Tampoco
la izquierda lo valoró demasiado; él se enfrentó a tiros al
gremio comunista de los frigoríficos (cercano a Spruille Braden),
y siempre cuestionó la falta de idea del “estalinismo” – los partidos pro soviéticos - sobre la realidad
del trabajo y la cultura en la Argentina. Su postura era un
tanto difícil de encasillar.
por
Ariel Kocik
Un
acercamiento a la historia del sindicalista que jugó un papel
clave en la irrupción de los trabajadores a la escena política
nacional, en los años 40. Una figura
enigmática que dejó pistas fundamentales para desmontar
algunos mitos que ayudó a tejer el peronismo.
Nació
en un hogar humilde de la localidad de Lincoln, y se trasladó
con su familia a Buenos Aires. Testigo de los sucesos de la
Semana Trágica de 1919, ya había comenzado su camino en el
campo gremial de la mano de sus “maestros” anarquistas,
siendo un adolescente, en una fábrica de vidrios de Parque
Patricios.
Su
participación lo llevó a los sindicatos de Zárate y a las
luchas portuarias
de Necochea, entre viajes por el territorio nacional como simple
linyera y una variedad de trabajos y experiencias,
como trabajador rural, poeta, periodista, etc.
En
el año
42’ se instala en Berisso para trabajar en el frigorífico
Armour, donde pasará a la historia como el fundador de un
aguerrido sindicato independiente, cuya gente peleó durante
tres años una serie de
reivindicaciones derivadas en decisivas victorias
obreras, que fueron la semilla del acontecimiento político tal
vez más importante del siglo en la Argentina: el 17 de octubre
de 1945.
En Berisso: el Sindicato Autónomo de la
Carne
Reyes
debió disputar el poder del gremio de la carne a la conducción
comunista de José Peter, enfrentado a “rompehuelgas” de la
patronal y a la dura respuesta policial.
Una vez convertido en líder de miles
de operarios organizados de Berisso, los paros se sucedían;
conflictos prolongados y ásperos, que incluían balaceras de
los “cosacos” sobre
las casitas de zinc de los barrios y permanentes detenciones.
Se
lograron conquistas impensables, en un momento poco ventajoso
para hacer demandas: aumento de salario, salubridad en el
trabajo, descanso, cese de despidos, reconocimiento de horas
extras, frenos a la prepotencia patronal (que no sabía de
embarazos ni enfermedades), organización y fuerza para los
reclamos, ampliada con vínculos con polos obreros como
Avellaneda y Lanús.
La
trascendencia de su lucha hizo que el entonces coronel Perón
buscara en los frigoríficos a sus principales aliados para su
proyecto político (que se señala como secretamente inspirado
en el de Benito Mussolini, a quien había oído en Italia).
Luego de más de un triunfo de los obreros de la carne, Perón
se paseó por Berisso del brazo de Cipriano Reyes, en medio del
calor popular. Esa relación alimentaría el mito del “coronel
de los trabajadores”.
En
verdad, algunas demandas del gremio
gestado en las plantas Armour
y Swift fueron apoyadas por la Secretaría de Trabajo, pero otras se
lograron contra la voluntad de ese gobierno donde Perón era el
hombre fuerte, que también sabía ilegalizar las huelgas.
Cipriano
era un jefe de bandas violentas o “nazi
fascistas” según
sus rivales, entre ellos los partidos de izquierda;[1] un luchador infatigable
para sus colegas de las fábricas. Ambos destacan su capacidad y
valentía, y es indudable su ascendiente sobre la comunidad de
Berisso y Ensenada. El sindicato autónomo que lideraba constituía
el sector más activo y dinámico del trabajo organizado en la
Argentina.
Ya
en el ´45, delegados gremiales del
interior, uruguayos y brasileños se presentan en la localidad
platense para presenciar esa lucha – vista como pilar de un
movimiento sindical alternativo con perspectiva nacional - y
acarician la idea de formar una confederación sudamericana de
los trabajadores de la carne.
Fueron presentados a Perón.
Durante
ese año hubo una huelga de 96 días
sobrellevada con hambre y penurias por la población obrera de
Berisso, y un gran sabotaje a los embarques de carne que derivó
en un sonoro triunfo extensivo a todo el país; más
persecuciones y hostilidad policial. Los comités paralelos
reemplazaban a la dirigencia perseguida (los hermanos Reyes en
particular), a veces oculta en los montes de la ribera y en los
islotes.
Los
logros de Berisso tenían repercusión en un plano nacional, que
adeudaba cambios económicos desde hacía décadas. Colegas de
Cipriano como Hipólito Pintos fueron
delegados a conducir huelgas en lugares tan remotos como Río
Gallegos, Puerto Deseado y San Julián. Las empresas
frigoríficas presionaban al gobierno arguyendo la pérdida de
millones, y la clase ganadera consideraba
intolerable el cese de envío de carne a Europa. La dialéctica
de la pugna con la autoridad patronal generaba cada vez más
tensión: la oligarquía criolla miraba con recelo la creciente capacidad de
respuesta de un sector obrero que actuaba por fuera de la CGT y
los gremios más previsibles.
En
el mes de setiembre cae muerto Doralio Reyes, hermano de
Cipriano, luego de un tiroteo con los comunistas. El entierro
(desde Berisso a La Plata), fue una impactante muestra de dolor
popular que detuvo la actividad fabril de toda
la zona, y allí estuvo una vez más Perón, para
afirmar: “ahora sí,
somos soldados de una misma causa”.
Pareció
ser el mejor momento del vínculo
entre los sindicatos autónomos y el coronel.
Ante
la escalada de presiones sobre el gobierno, Reyes asegura a
Mercante ganar la calle para defender las conquistas, en la
misma Plaza de Mayo, y poner así a prueba “de
qué lado están las fuerzas populares”.
Nadie
lo sabía, pero se acercaba un hecho trascendental.
El
17
Al
mes siguiente Perón es detenido: el régimen de Farrel
tambalea. Todos los partidos políticos apoyan la maniobra, de
un sector militar, contra el gobierno.
En
Berisso hay gran agitación desde el 13; concentraciones,
choques con la policía. La gente de Reyes sabe que con el
avance oligarca y bradenista está en juego toda su lucha, lista
para entregar “atada de
pies y manos, a la vendetta patronal”. Las bases se lanzan
a las calles con pleno entusiasmo. De la libertad de Perón
dependía preservar tres años de avances sobre la legislación
laboral, y la mejora efectiva de la relación de fuerzas con las
empresas, prometedora de nuevas conquistas al calor de la
organización gremial.
La
ciudad era netamente obrera; miles de trabajadores semi
esclavos (muchos inmigrantes) de los frigoríficos, además
de textiles y portuarios. No
era difícil movilizar a toda esa comunidad, donde la relación
entre familia, barrio y trabajo era directa. Y como los
sindicatos estaban por intervenirse, la urgencia por actuar era
mayor.
La
dirigencia de la carne con Cipriano a la cabeza, ya buscada por
la policía, trabajaba arduamente por lanzar una gran marcha a
Plaza de Mayo, enlazando sindicatos y bases ajenas a sus
conducciones. El 16 deciden la huelga general sin el apoyo de la
CGT, pero en acuerdo con los zafreros de Tucumán (la FOTIA, que
tenía su delegado en La Plata) y otros gremios del interior del
país; y junto a portuarios, metalúrgicos, madereros, etc., de
los barrios fabriles de Capital y alrededores, especialmente del
sur. [2]
El
17 de octubre a la madrugada Berisso
marcha en dos columnas: junto a los obreros de Ensenada al
centro de la ciudad de La Plata – cuyos parques y plazas
permanecen “ocupados” por dos días – y a la Plaza de Mayo
de Buenos Aires con sus colegas de Avellaneda y Lanús,
arrastrando al cinturón industrial de la zona.
El
resultado es historia, no del todo el papel de Cipriano Reyes en
esa jornada[3]
de la que se tejieron infinidad de relatos, y que fue presentada
por la historiografía peronista como reacción “espontánea”,
e incluso promovida por una Eva Duarte hasta entonces ajena a la
actividad política y sin relación con el movimiento obrero.[4]
Con
la plaza llena,
Perón fue liberado y se allanó el camino hacia su presidencia.
Cipriano
pasa toda la tarde en Buenos
Aires y al día siguiente viaja a La Plata para intentar poner
fin a los destrozos que causaban sus colegas en el centro.
Ascenso de Perón y proscripción del
Laborismo
Perón
ganará las elecciones del 46’ a través de la estructura
nacional del Partido Laborista, fundado por Reyes, que orgánicamente
lo eligió como su candidato, y le aportó el 80 por ciento de
los votos para el triunfo, un
decisivo apoyo ganado
en rincones fabriles de toda la Argentina. (Lo apoyó
otra fuerza, minoritaria, la Junta Renovadora).
Según
consta en sus documentos, ese partido de los trabajadores nacía
para velar por las demandas del
17 de octubre, manteniendo la autonomía de los sindicatos como
contrapeso de su circunstancial brazo
político, un arma de doble filo encarnada en la figura de Perón.
Y con la clara intención de proyectarse largamente en la vida
del país.
Durante
la campaña electoral hubo cruces entre los
laboristas y el coronel, quien incluía gente del
“viejo régimen” de partidos
corruptos – a través de la Junta Renovadora - en su círculo
de cargos importantes. Y a pocas semanas de la victoria, el 23
de mayo, el presidente electo arroja a la ilegalidad a toda
fuerza del movimiento que no se pliegue a su Partido Único de
la Revolución, germen del Partido Peronista.
Cipriano
Reyes – diputado nacional por Buenos Aires - y el Laborismo
rebelde resisten desde el Congreso y desde la movilización,
pero al tiempo la aparatosa maquinaria
del régimen se vuelve asfixiante; su propaganda, enormemente
influyente en la construcción del
imaginario social. Aglutinado detrás de la CGT, el movimiento
obrero resulta domesticado y burocratizado; la disidencia,
perseguida y cooptada. La prensa se hace eco del discurso
oficial.
El
hecho de que Reyes pasara dos años en su
bloque de Diputados, pese a la declarada ilegalidad
de su partido, denunciando el autoritarismo de un gobierno al
que acusaba de traición, explica que su apoyo en las fábricas
era importante; de otro modo no hubiera podido resistir. Perón
trató de cooptarlo con la presidencia de la Cámara; su
respuesta (“No sirvo para tocar la campanilla”) dejó claro que no aceptaría el rol que hizo famoso a Héctor
Cámpora.
El
17 de octubre de 1946 su grupo rebelde festejó el Día
del Pueblo, en La Plata y en la plaza Congreso de capital,
desafiando al primer Día
de la Lealtad oficialista celebrado en Plaza de Mayo. Ese
día Cipriano denunció que ninguno de los “personajes” que
allá en los balcones de la Rosada – a pocas cuadras de allí
- se atribuían como propio el mérito de esa jornada, había
tenido el más humilde papel en su gestación, ya que habían
estado escondidos, y en el caso de Perón, acorralado por las
dudas hasta último momento. (Son famosas las cartas a Evita y a
Mercante, contando sus deseos de retirarse).
¿Fascismo
“nacional y popular”?
En
el ´47 Reyes sufre en La Plata su cuarto atentado. En uno de
ellos ya habían muerto seis trabajadores en Berisso. Esta vez
cae ametrallado su chofer Fontán, un obrero taximetrista padre
de tres hijos. Denuncia el hecho en el Congreso, llamando al
gobierno “los bárbaros del siglo”; ya los locales
partidarios laboristas, gestores del triunfo electoral, eran
asaltados a mano armada en distintos puntos del país. Más
tarde Perón lo acusa de complotar para asesinarlo a él mismo y
a Evita.
Detenido
repentinamente, es torturado con picana junto a su hermano Héctor
y varios compañeros laboristas, y por último condenado a prisión.[5]
Eduardo Colom, el legislador peronista que solía enfrentarlo en
el Congreso, calificaría su sentencia como “monstruosidad jurídica”,
admitiendo que Perón lo encerró sin más porque le tenía
miedo. “Cipriano había jurado matarlo, y le sobraban agallas
como para hacerlo”, relata. Pero no es verosímil; más allá
de su temperamento, actuaba según cálculos políticos
racionales, en su tarea de obtener mejoras para sus colegas.
Supo portar armas, pero más bien como parte del oficio, en el
duro combate gremial y político
de su tiempo.
Pasará
todo el período peronista encarcelado con otros presos políticos,
sufriendo verdadera hostilidad y vejamen. Luego, en libertad,
intentaría reimpulsar el Partido Laborista, e
intercedería por presos de Aramburu como Hugo del Carril.
Sus memorias son un testimonio crudo y revelador del lado más
oscuro del primer peronismo, con anécdotas sobre corrupción y
pactos en torno al círculo áulico.
Su
rol conductor en el 17 de octubre hoy en día pocos o ningún
historiador lo niega.
Investigadores
peronistas interesados por la verdad histórica, suelen saltear
no obstante el capítulo de los sucesos que llevaron a Perón al
poder; es decir, su consolidación a costa de eliminar
cruentamente a quienes lo apuntalaron con su lucha. Miguel
Bonasso, en su extensa obra El
Presidente que no fue,
no repara en estos pecados originales del movimiento (tampoco en
posteriores casos de tortura, o atropello de viviendas como el
sufrido por la familia Reyes en La Plata). Tal vez evidenciaría
un temprano giro represivo en su etapa más lúcida, al decir de
muchos peronistas setentistas, para quienes ese Perón
“inspirado” que repartió el ingreso fue una contra cara más
o menos digna del que presentan como el Perón
jodido del final, el de López Rega y la Triple A.
Cipriano
se definía como luchador, como hombre leal al movimiento obrero
organizado. La fuerza que impulsó – el Laborismo argentino
– fue un moderno partido de masas al estilo europeo, que en
pocos meses mostró su eficacia barriendo en las urnas a los
partidos tradicionales
y el bradenismo, sin dinero y sin prensa, antes de ser destruido
por el unicato que dio origen al Partido Justicialista (al que
llamara “Frankestein político”).
Sus
inicios junto a viejos anarquistas tal vez le ayudaron a moldear
una postura firme frente al uso arbitrario del poder,
y el desprecio por sus aduladores. De ahí en parte su
lucha sin cuartel contra el peronismo, al que consideraba hijo
de la ambición por mandar, y condenado a un verticalismo de
cortes privilegiadas y rehenes de la pobreza.
Hoy
su figura representa un arquetipo de sindicalista en desuso,
exponente de una dignidad y claridad de convicciones difícil de
encontrar. Su nombre sigue resonando cuando se busca explicación
a los hechos que marcaron a fuego la historia argentina.
[1]
Los comunistas se oponían a las huelgas: el partido exigía
el envío de carne a los aliados de la guerra. Spruille
Braden era un socio de la URSS, y Peter seguía esa línea.
[2] El gremio conducido por
Cipriano Reyes había impulsado la Federación Autónoma de
Sindicatos de la Carne, que agrupó a sus colegas de los
frigoríficos Wilson, La Negra, el Anglo, CIABASA, etc., y
el Comité de Enlace Intersindical, que en los días de
octubre coordinó el trabajo de activistas en toda la zona
de La Plata y Buenos Aires, y junto a ferroviarios de San
Juan, zafreros tucumanos, etc.
[3] Días después, Perón lo
llamaría “el héroe del 17 de octubre”.
[4]
En los actos conmemorativos por el 17, Evita no contribuiría
a arrojar luz sobre el misterio de su papel durante la histórica
jornada. Se limitó a agradecer a los sindicatos “el
haberme devuelto a Perón”.
[5] El
doctor Santiago Nudelman denunció, ante la Cámara de
Diputados de la Naciòn, las “terribles torturas con
picana eléctrica” cometidas contra los ciudadanos
Cipriano Reyes, Luis García Velloso y Walter Beveraggi
Allende. Los tres fueron a parar, encapuchados junto a otros
laboristas, al centro de tormentos del comisario Lombilla:
la Sección Especial. La picana fue acompañada por
violencia física, privación de alimentos y agua, un
simulacro de fusilamiento, injurias y trato inhumano, sin
ningún respeto por la dignidad de los presos. Suerte
similar corrió gente del gremio telefónico.
FUENTE: http://extramuros.unq.edu.ar/05/art_cipriano.htm
FUENTE: http://extramuros.unq.edu.ar/05/art_cipriano.htm
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