"La democracia no es sólo convocar
elecciones: es Estado de derecho, sistema de reglas, poderes separados,
prensa autónoma, magistratura independiente." Gianni Vernetti
Quienes nos consideramos adversarios de este
Gobierno estamos obligados, por la historia y por la hora, a ofrecer a
nuestros conciudadanos algunas propuestas básicas que les permitan
soñar y respondan, más allá de cualquier
bandería política y centrados sólo en el amor a la
Patria y en el sentido común, como herramientas para sacar a la
Argentina de este marasmo de sinrazón en el que se encuentra
sumida.
Para comprender la urgencia del tema, por el obvio
paralelismo con lo que nos sucede, creo que una excelente y, a la vez,
imprescindible idea es asistir a una conferencia que diera la Diputada
María Corina Machado, una audaz y comprometida venezolana, que
describe lo sucedido en su país, tanto en su gobierno cuanto en la
oposición. Basta con pinchar en este link –o copiarlo en el
navegador de Internet- para llegar a ella: http://tiniurl.com/9aogf4b.
No se trata ya de criticar a la familia imperial,
que sólo reprodujo a escala nacional el modelo que ya había
aplicado en Santa Cruz y que muchos prefirieron ignorar. Al contrario,
creo que lo que pasó, pasó, y no tiene arreglo y, por eso,
formulo una propuesta para actuar sobre el presente, para tratar de tener
un futuro, como país, como república y como sociedad, en paz
y libertad.
En ese sentido, creo que los diez principios
convocantes, aún para
quienes piensen distinto en los detalles, deben ser:
1. Respetar irrestrictamente la Constitución, las leyes y los
contratos.
2. Renovar el
federalismo, con su natural correlato en un nuevo ordenamiento fiscal que
devuelva a las provincias sus recursos.
3. Afianzar la
división de poderes del Estado, con una limpieza profunda del Poder
Judicial, para devolver a los ciudadanos la garantía frente a los
abusos del Ejecutivo.
4. Recrear los
organismos de control del Estado, dando a la oposición el rol que
las leyes le atribuyen en la integración de los mismos, y terminar
con la influencia de la política en el Consejo de la
Magistratura.
5. Aplicar un
régimen de “tolerancia cero” a los delincuentes y a las
fuerzas de seguridad.
6. Establecer una
política fiscal responsable para terminar, en el más breve
plazo posible, con el flagelo de la
inflación.
7. Recuperar la
seguridad jurídica, para que vengan al país las
indispensables inversiones, con control estatal de su aplicación y
destino.
8. Luchar frontalmente
contra la droga y su tráfico, y contra el lavado de
dinero.
9. Establecer la
obligatoriedad del “juicio de residencia” para todos los
funcionarios de alto nivel del Estado al dejar su cargo, para que
expliquen y justifiquen su eventual incremento
patrimonial.
10. Restaurar la enseñanza
pública de excelente nivel, y el principio de autoridad en las
aulas y claustros.
Si logramos unirnos detrás de esas banderas,
que deberían ser comunes a todos los ciudadanos de bien, podremos
convertir a la Argentina en el país que debiera haber sido, dejando
de ser éste, un verdadero paria, en el que lo hemos transformado.
Esa es la sintética propuesta que contiene “La Argentina que
quiero” (http://tinyurl.com/9r9kn4d), ese punto de
reunión que hemos creado para aunar esas voluntades dispersas, pero
que exigen soluciones inmediatas.
Por lo demás, se están organizando
dos marchas cívicas, los días 13 de septiembre y 1º de
octubre, a las que resulta indispensable que la ciudadanía concurra,
para expresar que no quiere otro país y defender la libertad y la
Constitución. Y otra buena idea, que pertenece a Jorge Raventos, es
que los gobernadores no oficialistas –Macri, De la Sota y Bonfati-
convoquen a sendos plebiscitos en sus provincias, para preguntar a sus
habitantes si tienen interés en que se modifique la Carta Magna y
se permita la re-reelección de la viuda de
Kirchner.
La eterna viuda de Kirchner dijo, esta semana, que
creía descender de algún gran arquitecto egipcio. Más
allá del delirio faraónico que ello implica, que sucede a su
“sentirse
Napoleón”, alguien debería explicar a nuestra
primera mandataria que su presunto antecesor construyó monumentos
que han durado siete mil años, y ni siquiera Hitler, con su Reich
de 1000, logró algo parecido.
La encuesta de Management & Feet de la semana
pasada, que desnudó la velocidad con que está cayendo la
imagen del Gobierno y de la señora Presidente –casi la de un
piano en el vacío- no sólo llegó como un
huracán destituyente a Olivos, afectando la golpeada psiquis de la
primera mandataria, sino que ha llevado a las primeras espadas del
cristinismo a acelerar el proyecto de reducir la edad mínima para
emitir el voto a los dieciséis años y a otorgar esa facultad
a los extranjeros que residen permanentemente en el
país.
En el imaginario oficial, toda esa gente
–nada menos que tres millones de electores potenciales- se
inclinaría por los candidatos del Gobierno, permitiendo a
éste alcanzar el indispensable umbral del 40% y, con ello, mejorar
las hoy remotas chances –salvo que otra vez prime la estupidez o la
codicia de los opositores- de obtener los dos tercios de los votos totales
que la Constitución exige para su modificación. Demás
está decir que, desde las usinas de la Casa Rosada, también
se está motorizando la difusión de la teoría que
pretende que, donde dice “totales”, debe entederse
“presentes”; supongo que eso permitiría a muchos
legisladores con súbitas afecciones prostáticas intentar
quedar bien, como sucedió durante la sanción de la
confiscación de Ciccone, con Dios y con el diablo, ya que les
daría la posibilidad de dar quórum, como necesita el
Gobierno, e irse al baño a la hora de votar.
Sin embargo, quienes están militando a favor
de esos peregrinos proyectos –pretender que es sano votar a los 16,
cuando la mitad de los estudiantes secundarios no consiguen entender lo
que leen es, cuando menos, una infamia- parece que no han prestado
demasiada atención a un dato concreto de la tan preocupante
encuesta: la mayoría de los jóvenes se inclina por Mauricio
Macri, no por doña Cristina. Y esto es comprensible, ya que en su
casa y en el colegio perciben que el dinero ya no alcanza, que la
inseguridad los afecta en directo y los asquea la descarada
corrupción de los funcionarios, casi tanto como la falta de
entonación de Guita-rrita
cuando canta, aunque lo haga acompañado por un granadero de
uniforme.
A pesar de la conspicua ausencia de la inseguridad
en todos los discursos oficiales, salvo cuando se la menciona como
“sensación”, se trata del mayor problema de la
época, tal como muestra el relevamiento mencionado: nada menos que
el 84,1% lo considera así. El segundo es, obviamente, la
inflación, y la corrupción está comenzando a subir
rápidamente en el ranking. Por explicables razones, la señora
Presidente no habla de ninguno de los tres, mientras fustiga a sus
gobernados con sus prolongadas diatribas en cadena.
Debemos plantarnos frente a este relato, y decir la
verdad. Más allá de la natural adhesión que generan
las políticas clientelísticas sobre los más
necesitados, y con una profunda confianza en su instinto profundo, Pero,
para que eso funcione, debemos explicar a esos presuntos votantes del
oficialismo prebendario cuánto debe su miseria actual al populismo
del Gobierno. Contar, en cada barrio y en cada villa, que las privaciones
que padecen, que el temor a perder lo poco que tienen y hasta el empleo se
debe, exclusivamente, a las políticas pseudo progresistas que el
cristinismo aplica.
Tenemos que salir a difundir la verdad. A
relacionar las inversiones con el progreso, con la educación, con
el trabajo, con el salario, con la vivienda, y contarle a quienes lo
ignoran que, sin ellas, nada de eso será posible, que cada vez
serán más pobres. Nadie, en su sano juicio, pretende que el
Estado desaparezca, pero sí que cumpla sus roles
específicos, aplicando políticas que tiendan al desarrollo
común y armónico; pero tampoco que se haya transformado, otra
vez, en el monstruo capaz de consumir todo esfuerzo y toda iniciativa
individuales, sometidas al solo arbitrio de los funcionarios de
turno.
Para concluir, citaré a Cicerón
quien, cien años antes de Cristo, dijo: “El buen ciudadano es
aquél que no puede tolerar en su patria un poder que pretende
hacerse superior a las leyes”. Parece mentira que, veinte siglos
después, aún no lo hayamos aprendido.
Bs.As., 2 Sep
12
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado
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