La moneda ha sido destruida por la negligencia, la impericia y la improvisación. Atributos claros y contundentes de personajes que habían sido presentados como “brillantes” y demuestran todos los días una increíble ineptitud.
Por: Héctor Blas Trillo
Si nos guiamos por los dichos de los funcionarios del gobierno tenemos
en la Argentina un problema moral gravísimo de parte de empresarios,
sindicalistas, productores agropecuarios y, en general, todos nosotros como
sociedad. Excepto los políticos que nos gobiernan, que por el contrario se
trata de elegidos e iluminados bondadosos y geniales defensores de la ética en
estado puro.
Parecería ser, entonces, que el problema inflacionario (supuesto que se
lo reconozca) es una consecuencia de malos hábitos, de la angurria de algunos,
de las “avivadas” a las que alude demasiado a menudo la presidenta en sus
apariciones públicas; y en cuestiones tales como la puja distributiva o las
eternas y recurrentes conspiraciones.
Según el discurso oficial, prácticamente no hay sector de la sociedad
que no tenga responsabilidades en el desastre que con rapidez increíble se
avecina. Pero no los gobernantes.
Todos; banqueros y productores, supermercadistas y sindicalistas,
periodistas y opositores políticos, resultan ser los responsables. Todos, menos
tú, como se dice en España.
A estas alturas el sofisma es tan evidente que, excepto en los sectores
más fanatizados que llegan a aplaudir las devaluaciones que lleva adelante un
gobierno que dijo mil veces que no devaluaría; o que incluso vivan un aumento
irrisorio a los jubilados anunciado con bombos y platillos por parte de una
presidenta que parece haber perdido definitivamente el rumbo; todos, en
realidad, parecen haber comprendido definitivamente que lo mejor es ponerse a
salvo. Y esto incluye en nuestro modo de ver a los propios gobernadores e
intendentes oficialistas, amén de legisladores de diversas provincias y también
nacionales.
El jefe de gabinete se ha vuelto literalmente insufrible en sus idas y
venidas acusatorias, en sus contradicciones con el ministro de economía, y en
sus ditirámbicos entreveros verbales intentando aclarar que ahorrar es cosa de
avaros pero en realidad también lo es de virtuosos.
Volvamos a poner una vez más las cosas en su lugar. La inflación es un
fenómeno monetario y es responsabilidad de los gobernantes contar con una
moneda sana y confiable.
Si analizamos los dichos de todos y cada uno de los funcionarios
oficiales, desde la presidenta para abajo, encontraremos un discurso calcado
del que en otras épocas hemos visto y oído demasiado. Todos, como decimos,
aparecen como responsables de los aumentos de precios, que son
“injustificados”, “excesivos”, “especulativos” y un sinfín de calificativos por
el estilo.
El discurso, o más bien el relato, es lapidario: la cuestión
inflacionaria, supuesto que fuera reconocida (y no lo es), es responsabilidad
de la sociedad, que debe generar conductas acordes a las esperanzas del
gobierno, enfrentarse y controlarse a sí misma, defenderse y “cuidar” que no la
estafen comerciantes o gremialistas; empresarios o ruralistas; supermercadistas
o banqueros.
¿No es llamativo que en toda esta retahíla no aparezca el punto
fundamental de la desconfianza y la presión sobre los precios, que no es otro
que el manejo político de la moneda? Todos los precios, todos los “acuerdos”,
todos los márgenes de ganancia, toda la “cadena distributiva”, todo,
absolutamente todo, se fija en pesos. Pero no se dice una palabra sobre la
política monetaria. No se habla oficialmente de si tal política tendrá por
casualidad algo que ver en lo que pasa con los precios. ¿No sienten, amables
lectores, que algo se les ha quedado en el camino a los funcionarios
oficialistas?
Pues bien, la causa de la inflación es monetaria. Y la moneda la emite
el gobierno, acá y en todas partes del mundo. La razón de ser de la inflación
es monetaria, y no se trata de que los argentinos somos ovejas negras.
Transferir la responsabilidad es lo corriente entre los políticos. Pero los
políticos, llegado el caso, también son ovejas negras, dado que son tan
argentinos como nosotros.
Tenemos dos elementos claros y definidos en la formación de los precios
de una economía: los bienes y servicios de un lado, y los pesos del otro. Y los
funcionarios hablan de los precios y de la gente que los establece o los paga;
pero no de la moneda.
Es como si en lugar de pesos se utilizaran como referencia de valor
pedazos de papel de diario, digamos. Un gobierno dice que las cosas tienen que
valer determinados pedazos de papel, y la sociedad debe aceptar, defender, y,
llegado el caso, denunciar, a quienes no aceptan recibir esos papeles de diario
en contrapartida de los bienes que entregan.
La realidad es bien simple. La Argentina carece de moneda porque el
gobierno se ha encargado de destruirla. Se le ha quitado la autonomía al Banco
Central cuando fue echado el anterior presidente, Martín Redrado. En su lugar
se designó a la señora Marcó del Pont, quien en irresponsables declaraciones
iniciales fijó la pauta: “la emisión de moneda de ninguna manera es
inflacionaria”. Junto a esto, el gobierno y sus principales voceros se cansaron
de repetir que el Banco Central no debía ser autónomo, sino responder a las
necesidades políticas y al “modelo”. Al mismo tiempo que se avanzaba sobre la
Carta Orgánica, se determinaba disponer de las reservas para pagar la deuda
externa. La elocuencia del absurdo ha sido tan grande que llama la atención que
solamente unos pocos hubieran levantado la voz lo suficiente.
La función del Banco Central es la de conservar el valor de la moneda.
Lo es por ley, pero además por necesidad pública. No es atender los caprichos
políticos.
Así las cosas, no menos de 30.000 millones de dólares se destinaron a
pagos de deuda externa, dejando a los pesos sin respaldo. Al mismo tiempo, la
señora Marcó del Pont ponía en práctica su aserto: la emisión no es
inflacionaria. ¿Conclusión? Está a la vista.
Ahora el gobierno echó a esa señora y puso en su lugar a un técnico de
reconocida trayectoria y aceptado en general en el mercado como una persona
seria y responsable. ¿Se sabe exactamente por qué se hizo este cambio? ¿Nos
hemos preguntado a qué se debe semejante giro si todo venía fenómeno y el Banco
Central se ocupaba de atender las necesidades del “modelo”?
Entendámonos. No es que algo haya cambiado, porque como se sabe
políticamente acá manda Cristina Fernández, y lo que ella decide se hace y si
alguien no le gusta se lo despide y a otra cosa. De manera que el señor
Fábrega, nuevo presidente del Central, no tiene casi margen de maniobra.
Pero, insistimos, ¿cuál es la causa del cambio? Respuesta: el
estrepitoso fracaso de la improvisación y cuando no de la desidia monetaria.
Aclaremos el punto de la moralina: en un Estado de Derecho la gente no
tiene por qué ser buena, mejor o peor, solidaria o dadivosa. La economía
funciona dentro de la ley y con independencia de tal o cual consideración
personal sobre virtudes y defectos. Lo que sí corresponde es que cada uno se
ciña a la ley, que pague sus impuestos y que cumpla con sus obligaciones como
ciudadano. Punto.
Esto de apelar a conductas, comportamientos y buena fe parece bastante
absurdo. Lo que hace falta es una moneda sana. Durante la llamada
“convertibilidad” se había acabado la inflación en el país. La razón de ello es
la utilización de una moneda seria como referencia. Más allá de que un sistema
de ese tipo es insostenible en el tiempo si hay diferencias entre la
productividad de nuestro país y el país de origen de la moneda de referencia,
lo cierto es que mientras se sostuvo la convertibilidad no hubo en la Argentina
especuladores, angurrientos, pujas distributivas, márgenes de ganancias
“excesivos”, ni nada que se le parezca.
Está muy claro entonces dónde está el problema. Porque el país era el
mismo, la gente era la misma, la cadena distributiva también. Los empresarios
ídem y los sindicalistas también.
En realidad, pensamos que el gobierno busca torpemente a quién echarle
la culpa de sus desaguisados monetarios. Porque de otro modo la presidencia del
Central no se hubiera cambiado, ni se hubiera devaluado la moneda luego de
tantas maldiciones echadas por la señora de Kirchner sobre los
“devaluacionistas”.
El cambio de rumbo incluye la apertura muy parcial del cepo cambiario,
luego de dos largos años de sostener que los argentinos debíamos ahorrar “en
pesos”, de una manera francamente infantil.
¿Cómo es posible que se piense que para que los hábitos de ahorro
cambien lo que hay que hacer es obligar a la gente a cambiar? ¿Cómo alguien en
su sano juicio puede creer que es necesario obligar a la población a ahorrar en
pesos si eso es lo que conviene hacer?
La moneda ha sido destruida por la negligencia, la impericia y la
improvisación. Atributos claros y contundentes de personajes que habían sido
presentados como “brillantes” y demuestran todos los días una increíble
ineptitud.
Un comentario final sobre la emisión de moneda sin respaldo. En el
último año la expansión monetaria estuvo en el orden de los 100.000 millones de
pesos. Netos quedaron unos 70.000 millones. Casi un 35% del total del
circulante. En diciembre la masa monetaria se expandió un 12%.
Ciertos voceros del gobierno han sostenido que mientras por ejemplo en
los EEUU se emite dinero y no produce inflación, acá la cosa no funciona de la
misma manera por culpa de “los empresarios”. La falacia es llamativa.
Una moneda sana se construye luego de un largo período de seriedad y
autonomía del Banco Central. Sólo luego de 20, 30 o 40 años de ejercicio
responsable de la política monetaria permiten dar confianza a la gente en
pedazos de papel con un número que dice que valen tantos pesos, dólares o lo
que sea.
Cuando esa confianza se ha logrado, una emisión adicional no lleva a la
gente a volcarse masivamente a gastar los billetes provocando presión sobre los
precios. Esa es la diferencia entre lo que ocurre en EEUU y lo que pasa aquí.
Digámoslo claramente. No es que la emisión no provoque inflación allá en
el Norte. Sino que provoca una inflación mucho menor a menos que, claro está,
se desmadre definitivamente.
Si pensamos que en 1971 una onza de oro costaba 35 dólares y hoy por hoy
ronda los 1.400, está claro lo que queremos decir.
El peso comenzó a ser destruido con el abandono de la convertibilidad.
No por la convertibilidad en sí, sino porque no se respetó el hecho de que cada
peso era en realidad un pagaré por un dólar. Ese contrato fue roto.
Y luego siguió el resto, el avasallamiento de autonomía del Banco
Central, la utilización indiscriminada de las reservas y la emisión espuria.
Por eso el peso es hoy una moneda inexistente, y nada de lo que se
pretenda pactar, transar, establecer o imponer en él, puede servir para algo
más que para los consabidos comentarios políticamente interesados sobre
supuestas intencionalidades o abusos. Es el peso el que no existe, es el peso
la unidad de cuenta que ha sido sacrificada por el populismo. Fijar valores
siempre es inconsistente con la dinamia de la economía, hacerlo en pesos es
directamente insostenible.
Fuente: SEGUNDA OPINION
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