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sábado, 28 de abril de 2012

LOS INCONDICIONALES DE AYER, LA CAMPORA DE HOY

 Les habían asesinado a sus compañeros y amigos…pero ahora les hacían una convocatoria demasiado seductora: compartir la gloria. Y allí fueron, “en tropel al éxito”… salvo uno, que representando a otros “unos” que no se sumaban a la vocinglería, hizo lo que le dictaba su honesta convicción y su sana conciencia.

                En la historia, el momento no era original. En 1889 el país asistía al jolgorio de la malversación de la tierra pública, el auge de la Bolsa y las emisiones clandestinas, mientras la euforia por el dinero fácil ocultaba las miserias de la Argentina profunda -en su sociedad, más que en su geografía-. Fue entonces cuando un grupo de jóvenes patriotas se animó a enfrentar la corriente, denunciando la esencial inmoralidad del “banquete de los incondicionales”.

                Los “incondicionales” eran los jóvenes cooptados por empleos rentables y riqueza rápida, y el banquete era una especie de rito pagano rogando la permanencia indefinida del régimen con un Dios supremo, Jefe del Unicato, como se definía al esquema político vigente entonces, en el que todos los poderes de la Constitución habían sido delegados de hecho en el Presidente de la República. No debía detenerse la febril calesita de dinero que se autoreproducía, aunque se opusieran los pájaros de mal agüero que alertaban sobre la corrupción, la creciente miseria y el deterioro institucional.

                “La Cámpora” de entonces hizo su banquete. Y los “unos” de aquellos tiempos respondieron a la convocatoria del más lúcido de ellos, que cual precursor de indignado, publicara su protesta en el estilo de la época. “Tu quoque, Juventus? En tropel al éxito”, preguntaba a la vez que respondía, en su título, una sencilla nota periodística disparadora del más longevo ejercicio cívico que acompañaría desde entonces la historia nacional, el radicalismo.

                No proponía seguir encuestas, sino pararse en su propia dignidad, aún frente a la muchedumbre. Años después, despidiendo al querido Jefe del Partido Radical y protestando por su fatal determinación, el autor de la nota recordaría la sentencia de Lamartine: “…aun cuando Alem hubiese visto a la multitud, cobarde, envilecida o en el camino del crimen, era hombre de firmeza y austeridad, capaz de cumplir sin violencia el altivo programa de Lamartine en tales casos: ¡Feliz el hombre solo!...”

                Esa fue durante mucho tiempo la línea conductora del partido que fundara Alem y el ejemplo que casi un siglo después siguiera el “uno” que no fue a Malvinas, porque se lo dictaba su conciencia. La gloria se la daría su soledad, luego reconocida por los que sí fueron -o hubieran ido-, que hasta se apropiaron de su nombre y su prestigio póstumo.

                Un país joven y plural tiene recaídas periódicas en la enfermedad nacionalista, que cual fuertes dosis de morfina calman los dolores de dolencias graves, pero son muy peligrosas cuando son usadas para cubrir síntomas de otras enfermedades. Es difícil resistirse a la tentación de vencer el dolor, de seguir la vocinglería irracional, de compartir la gloria efímera.

                Tal vez por eso en la historia de los pueblos aparecen periódicamente hombres como Alem y como Alfonsín. Nos recuerdan que más importante que seguir encuestas, es pensar con libertad y actuar con conciencia.


Ricardo Lafferriere

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