Felipe Varela, hijo del caudillo federal Javier Varela y de doña
Isabel Rearte, nació en el pueblo de Huaycama, departamento Valle Viejo,
provincia de Catamarca, en 1819. Perteneció a una antigua y
distinguida familia del valle catamarqueño. Un hermano del caudillo,
Juan Manuel Varela, fue facultado por el gobernador Octaviano Navarro en
marzo de 1857, para “ejercer la profesión de cirujano en la provincia”
de Catamarca. Sus parientes han ocupado cargos públicos de
responsabilidad en el ámbito lugareño y fuera de él. Varela pasó los
primeros años de su vida con la tradicional familia Nieva y Castilla,
del Hospicio de San Antonio de Piedra Blanca, de la cual era también
pariente.
Felipe Varela |
A los 21 años de edad asistió a la muerte de su padre en el combate
librado el 8 de setiembre de 1840 sobre la margen derecha del Río del
Valle, entre las fuerzas federales invasoras de Santiago del Estero y
las unitarias de Catamarca.
Posteriormente se radicó en Guandacol, pueblito riojano recostado
sobre la precordillera de los Andes. Allí se acogió al tutelaje del
comandante Pedro Pascual Castillo, amigo de su padre, con quien
visitaría esos lugares en sus frecuentes viajes con arrías de animales
para Chile. Y allí, en Guandacol, poco después, formó su hogar con una
hija de su protector, Trinidad Castillo. Se sabe que tuvo varios hijos,
entre los que se cuentan Isora, Elvira, Bernarda y Javier. Con su
padre político se dedicó, además, al engorde de hacienda para los
mercados chilenos de Huayco y Copiapó. Esos continuos viajes y el trato
con peones y pequeños ganaderos, le dieron un amplio conocimiento del
paisano humilde de la región y de los vericuetos de la cordillera que
cruzaría muchas veces. Y poco a poco, fue acrecentando su prestigio
entre la peonada y la gente del campo.
No obstante su estirpe federal, luchó con su padre político en la
Coalición del Norte contra Rosas, a las órdenes del caudillo Angel
Vicente Peñaloza, quien se había plegado a esa causa por lealtad al
gobernador riojano Tomás Brizuela, jefe de aquel movimiento. Pero
vencida la resistencia norteña pasó con sus compañeros de infortunio a
refugiarse en Chile. ¿Cuánto tiempo estuvo allí? No se sabe
exactamente. Pero lo evidente es que en ese lapso logró gran
predicamento.
Hasta hace poco se creía que Varela regresó al país recién después de
la caída de Rosas, pero no es así. Documentos encontrados por el
doctor Ernesto S. Zalazar, de Chilecito (La Rioja), y dados a conocer no
hace mucho señalan que, por lo menos, en 1848 ya se encontraba en
Guandacol. Por esos años el catamarqueño entró en amistad también con
el coronel Tristán Benjamín Dávila, acaudalado vecino de Famatina.
Dávila perteneció primero al partido unitario y después de Caseros se
incorporó a los ideales de Urquiza, para pasarse, luego de Pavón, al
mitrismo. Varela no sólo trabó amistad con el coronel Dávila, sino que
se había asociado a sus negocios, entre ellos un molino harinero. Eran
los tiempos en que catamarqueños y riojanos comercializaban
prósperamente con Chile con arrías de mulas, venta de harina,
aguardiente, vinos, algodón, y otros frutos de la región.
Ahora el catamarqueño está radicado en Copiapó y allí se quedará por
algún tiempo. En octubre de 1855 figura en Vallenar (Chile), ostentando
el grado de capitán de carabineros. Con otros oficiales argentinos,
también emigrados, concurrió al asedio de La Serena, en defensa del
gobierno chileno. Por su diligencia y coraje en la sofocación de la
revuelta recibió un sable.
El escritor Francisco Centeno, que siendo niño conoció a Varela
cuando éste tomó Salta, lo describe así en su obra Las Montoneras:
“Varela era de estatura alta y bizarra; su faz fina, muy enjuto de
carnes como todo criollo puro, criado sobre el caballo, alimentado
eternamente de carne; usaba la barba sin pera, pero largas las patillas a
la española, ya canosas, de pómulos sobresalientes y de ojos de mirar
fuerte como ave de rapiña. Vestía pantalón-bombacha, chaquetilla
militar con alamares y calzaba botas de caballería. Ancho sombrero de
campo cubría su cabeza. Parecía representar la edad en que se ha pasado
la mitad del término de la vida”. Y en otra parte expresa que “Varela
no carecía de cierta gallardía militar”.
Al servicio de la Argentina
Al finalizar el año 1855, regresa nuevamente a nuestro país, y
aparece revistando como teniente coronel en el Regimiento Nº 7 de
caballería de línea que comandaba el coronel Baigorria, destacado a la
sazón en Concepción de Río Cuarto.
Luego de firmado el tratado de La Banderita, el 20 de junio de 1862,
entre el general Peñaloza y el coronel Baltar, representante este último
del general Mitre, el Chacho vería con disgusto que otra vez su
confiado espíritu gaucho lo había traicionado. Mitre no tenía intención
alguna de convivir pacíficamente con provincias federales y menos aún
con sus caudillos. Varela había alertado al Chacho de su excesiva buena
fe, pero éste era hombre de palabra y no reaccionaría hasta confirmar
la traición porteña. Por ese motivo vuelve a encomendarle a Varela la
misión de recorrer Catamarca para recoger la opinión de sus
lugartenientes y del paisanaje. Regresa a La Rioja y al poco tiempo
aparece de nuevo en Catamarca cabalgando junto a los jefes montoneros
Carlos Angel y Severo Chumbita, esta vez agitando por la revolución
federal.
Finalmente, el 26 de marzo de 1863, el Chacho levanta su lanza y
desgarra el aire riojano con un grito de guerra, que subirá los cerros,
cruzará el desierto y estallará en el corazón de un pueblo que, como
ayer con Quiroga, acudirá enamorado a la invitación insurreccional del
caudillo.
Vencido Peñaloza en la batalla de Las Playas, Felipe Varela se exilia
en Copiapó, Chile, desde noviembre de 1863. Ha quedado muy pobre y sin
medios para reorganizar su ejército desintegrado. Pero las ganas de
pelear siguen intactas, máxime cuando recibe la noticia del asesinato
del Chaco. Por eso, haciendo un gasto imposible para sus exiguas arcas,
envía desde Chile hasta Entre Ríos, una carta dirigida al general
Urquiza. En ella, con un tono más directo y conminatorio que el usado
para con Peñaloza, Varela indica a su jefe que todo el país clama para
que “monte a caballo a libertar de nuevo la república… como único
salvador de la patria y sus derechos todo habitante clava sus ojos en S.
S.”, y por último le pide algunos fondos para formar “una bonita
división”. Fiel a su política conciliadora, Urquiza archiva la carta
sin responder.
También en Copiapó, recibe la noticia de los sucesos de la Banda
Oriental, donde Venancio Flores, con el apoyo de Mitre y el Imperio del
Brasil, se ha levantado contra el gobierno nacionalista “blanco” de
Berro. El mariscal paraguayo Francisco Solano López sabía que, caída la
Banda Oriental en manos brasileñas, le llegaría su turno de enfrentar a
la potencia expansionista. Y no se equivocó, los acontecimientos de la
Banda Oriental terminaron con la Guerra de la Triple Alianza,
pisoteando los principios de la Unión Americana.
Desde Chile, Varela seguía con ansiedad los hechos, esperando una
respuesta de Urquiza, sin saber que la historia golpearía su puerta
llamándolo a convertirse en la voz y la lanza de los humildes, el último
gran caudillo montonero. Allí se puso en contacto con la Unión
Americana, a la que adhiere fervorosamente, integrándose al comité de
dicha unión en Copiapó.
Varela, convencido de que Urquiza desenvainará por fin su espada para
defender al Paraguay, monta su caballo y se dirige a Entre Ríos,
completando la travesía en sólo catorce días. Al llegar, para su
sorpresa, encuentra a Urquiza decidido a alinearse con Mitre contra el
Paraguay. Al poco tiempo se produce el “desbande” de Basualdo, en donde
las tropas de Urquiza se niegan a pelear y desertan. Muchos consideran
como instigadores de este hecho a Felipe Varela y Ricardo López Jordán.
El repudio hacia esa guerra fraticida es generalizado.
En 1866, Perú, Chile, Ecuador y Bolivia están en guerra contra
España. Todo el pacífico es solidario con esta lucha. Mientras tanto,
las naves españolas que se sumaban al ataque se abastecían sin
dificultades en Buenos Aires y Montevideo, ante la indignación del resto
de las repúblicas de América. Los primeros meses de 1866 encuentran a
Varela en Chile, donde asiste al bombardeo de Valparaíso por parte de
las fuerzas españolas. Esta experiencia fortalece aún más sus lazos con
la Unión Americana. En febrero parte rumbo a Bolivia y poco después
recala en Buenos Aires. Allí realiza contactos en busca de aliados para
continuar la lucha contra el poder porteño. Es consciente de su
escasez de recursos para tal empresa, por eso estrecha vínculos con
chilenos y bolivianos a la vez que sigue confiando en Urquiza, quien,
además es el único con los medios y el prestigio suficientes como para
convocar al país y armar las huestes federales contra Mitre. Pero
volverá a Chile con una última convicción: la revolución federal depende
en gran medida de su protagonismo.
En noviembre de 1866 se produce en Mendoza la Revolución de los
Colorados, que derrotó al gobierno de Melitón Arroyo. La revolución se
expande. Tras la cordillera, Felipe Varela espera la oportunidad de
comenzar el movimiento que ha venido proyectando desde hace dos años.
En Curupaytí, las tropas porteñas sufren un serio revés, festejado
jubilosamente por los pueblos del interior que ya estaban en pie de
guerra contra esas mismas fuerzas. En efecto, todo Cuyo y el Noroeste
se halla en manos federales. Desde Chile, en diciembre de 1866, una
poderosa voz se levanta sobre las altas cumbres, unificando todos los
movimientos revolucionarios iniciados en los últimos meses:
“¡Compatriotas a las armas!”. Por fin en enero, Varela se lanza a
cruzar la cordillera. Tenía dos batallones bien equipados, tres cañones
y una bandera en la que se leía: “¡Federación o Muerte!” ¡Viva la Unión
Americana! ¡Viva el ilustre capitán general Urquiza! ¡Abajo los
negreros traidores a la Patria!”
Pozo de Vargas
Felipe Varela dirigía y coordinaba desde La Rioja todos los
movimientos revolucionarios. El 4 de marzo de 1867 sus tropas vencieron
en la batalla de Tinogasta. Después de este combate, Varela, que se
encontraba rumbo al Norte, contramarcha a La Rioja, donde se
desencadenará la batalla de Pozo de Vargas. En esta acción, llevada a
cabo el 10 de abril de 1867 las tropas federales son derrotadas por el
general Antonino Taboada. Varela penetró en Catamarca y luego pasó a
Salta, ocupando los valles Calchaquíes, obteniendo una victoria en
Amaicha, el 29 de agosto, contra las tropas salteñas mandadas por el
coronel Pedro José Frías. Este triunfo coloca a Varela como dueño de
los valles, a la vez que origina un revuelo en la ciudad. El gobernador
salteño Sixto Ovejero recriminó a Frías por la derrota atribuyéndola a
su cobardía, mientras éste exageraba el número de enemigos para
justificarse.
Salta bajo fuego
Cuando el gobierno salteño tuvo la noticia de que Varela avanzaba
sobre la capital -8 de octubre- adoptó de inmediato las medidas para su
defensa. Ovejero designó jefe de la plaza al general boliviano Nicanor
Flores, afincado en la provincia. Se cavaron 14 trincheras, obras que
quedaron concluidas el 9 de octubre, las mismas estaban emplazadas en el
radio de una cuadra alrededor de la plaza. Eran de adobe y disponían
de troneras para los fusiles y una central para los cañones. Las
fuerzas totales eran de unos 300 soldados a los que se sumaron jóvenes
voluntarios. Varela, que contaba con 800 hombres veteranos de una
trajinada campaña, el día 9 sitió la ciudad. A primera hora del día
siguiente intimó a Ovejero la rendición “en el término de dos horas”,
pero éste la rechazó. Comenzó entonces la batalla de Salta. Los
salteños se comportaron valientemente, rehabilitando su nombre del
cobarde desempeño que tuvieron los defensores de los Valles. Pero al
cabo de dos horas y media de lucha Varela quedó dueño de la ciudad.
Victoria costosa y efímera para él pues apenas pudo ocupar la plaza
durante una hora. Octaviano Navarro, con fuerzas superiores, estaba
encima suyo. Ante esta situación inmediatamente inicia su movimiento
hacia el norte toda la harapienta columna, sin pólvora, sin municiones
pero con la dignidad del soldado, retirándose sin dejar de mirar de
frente al enemigo.
Hacia Jujuy
Los soldados de Varela hacen noche en Castañares y luego se dirigen a
Jujuy, dispuestos a tomarla a sangre y fuego, si era necesario, con el
objeto de buscar en ella el elemento que le les faltaba: la pólvora,
para regresar inmediatamente sobre las fuerzas enemigas, del general
Navarro, y luego sobre las de Taboada. El gobernador Belaúnde, que
contaba con fuerzas suficientes para repeler el ataque, abandonó la
ciudad de Jujuy pretextando falta de municiones. Los soldados,
entonces, solo efectuaron algunos disparos y huyeron rápidamente ante la
presencia de las tropas federales. Así el 13 de octubre de 1867, la
columna de Varela ingresa a la ciudad en perfecta formación sin disparar
un solo tiro. Al no encontrar pólvora ni los elementos de guerra que
necesitaba, nuevamente s e pone en marcha y la columna se dirige esta
vez a La Tablada, con las fuerzas de Navarro pisándole los talones sin
atreverse a atacarlo.
Arribo a Bolivia
Comienza noviembre en el altiplano. Una andrajosa columna que sólo
conserva orgullosamente un par de cañoncitos llevados a tiro cruza la
frontera boliviana. La cruzada federal ha terminado. Varela mira por
última vez a sus hombres antes de licenciarlos. Estos heroicos gauchos
han soportado incontables calamidades, han seguido a este hombre con una
fidelidad admirable. No son muchos los casos como éste en nuestra
historia, tampoco los caudillos como Felipe Varela. Con un abrazo
despide a sus oficiales. La guerra ha terminado. Ahora es un exiliado,
pero la esperanza no termina.
La columna llega a Tarija. El caudillo detiene por última vez lo que
queda de su tropa, desmonta pesadamente y se dirige a Guayama; los
rostros duros, que llevan en la curtida piel todo el sol, todo el viento
de esta tierra, se miran fijamente. No hay palabras, un abrazo
vigoroso despide a estos hombres, cientos de leguas han recorrido juntos
combatiendo al “tirano de Buenos Aires”. Ya es tiempo del adiós.
Es tiempo de destierro.
Sin embargo Felipe Varela, aún a costa de su vida, quiere conjugar la
teoría con la acción. Desde Potosí, el 1º de enero de 1868, redacta su
famoso “Manifiesto a los Pueblos Americanos, sobre los Acontecimientos
Políticos de la República Argentina, en los años de 1866 y 67”, donde
resalta sus embestidas contra el centralismo porteño y, por ende, contra
el gobierno de Bartolomé Mitre, al que acusa de no respetar la
Constitución Nacional de 1853. “Combatiré hasta derramar mi última gota
de sangre por mi bandera y los principios que ella ha simbolizado”,
expresa el Quijote de los Andes, en una de sus tantas sentencias llenas
de coraje y altruismo.
Una nueva embestida se inició con el fusilamiento del caudillo
riojano Aurelio Zalazar, conductor también de montoneras. Varela,
indignado, se lanzó nuevamente a la guerra contra el orden mitrista
durante la Navidad de 1868. Fue definitivamente derrotado el 12 de enero
de 1869 en Pastos Grandes. Con la derrota de Varela se cerró el último
capítulo de la lucha contra el sistema económico liberal -y contra el
orden mitrista, la cara política de dicho sistema- en el Interior.
Felipe Varela pasa posteriormente a Antofagasta. Fallece el 4 de junio de 1870 en Antoco, cerca de Copiapó (Chile).
MANIFIESTO DEL GENERAL FELIPE
VARELA A LOS PUEBLOS
AMERICANOS
1866
¡VIVA LA UNIÓN AMERICANA!
PROCLAMA
¡ARGENTINOS!
El hermoso y brillante pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente
en cien combates, haciéndolo tremolar con toda gloria en las tres mas grandes epopeyas
que nuestra patria a travesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el General
Mitre gobernador de Buenos Aires.
La
más bella y perfecta Carta Constitucional democrática republicana federal, que
los valientes entrerrianos dieron a costa de su sangre preciosa, venciendo en
Caseros
al centralismo odioso de los espurios hijos de la culta Buenos Aires, ha sido
violada y mutilada desde el año sesenta y uno hasta hoy, por Mitre y su círculo
de esbirros.
El
Pabellón de Mayo que radiante de gloria flameó victorioso desde los Andes has ta
Ayacucho, y que en la desgraciada jornada de Pavón cayó fatalmente en las
ineptas y febrinas manos del caudillo Mitre - orgullosa autonomía política del
partido rebelde - ha sido cobardemente arrastrado por los fangales de Estero
Bellaco, Tuyuti, Curuzú y Curupaití.
Nuestra
Nación, tan feliz en antecedentes, tan grande en poder, tan rica en porvenir,
tan engalanada en glorias, ha sido humillada como una esclava, quedando
empeñada en más de cien millones de fuertes, y comprometido su alto nombre a la
vez que sus grandes destinos por el bárbaro capricho de aquel mismo porteño,
que después de la derrota de Cepeda, lacrimando juró respetarla.
COMPATRIOTAS:
desde que Aquél, usurpó el gobierno de la Nación, el monopolio de los tesoros
públicos y la absorción de las rentas provinciales vinieron a ser el patrimonio
de los porteños, condenando al provinciano a cederles hasta el pan que
reservara para sus hijos. Ser porteño, es ser ciudadano exclusivista; y ser
provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Esta es la
política del Gobierno Mitre.
Tal
es el odio que aquellos fratricidas tienen a los provincianos, que muchos de
nuestros pueblos
han sido desolados, saqueados y guillotinados por los aleves puñales de losdegolladores
de oficio, Sarmien to, Sandez, Paunero, Campos, Irrazábal y otros varios
oficiales dignos de Mitre.
Empero,
basta de víctimas inmoladas al capricho de mandones sin ley, sin corazón y sin conciencia.
Cincuenta mil víctimas hermanas, sacrificadas sin causa justificable, dan testimonio
flagrante de la triste o insoportable situación que atravesamos, y que es
tiempo ya de contener.
¡VALIENTES
ENTRERRIANOS! Vuestros hermanos de causa en las demás provincias, ossaludan en
marcha al campo de la gloria, donde os esperan. Vuestro ilustre jefe y
compañero de armas el magnánimo Capitán General Urquiza, os acompañará y bajo
sus órdenes venceremos todos una vez más a los enemigos de la causa nacional.
A EL,
y a vosotros obliga concluir la grande obra que principiasteis en Caseros, de
cuya memorable jornada surgió nuestra redención política, consignada en las
páginas de nuestra hermosa Constitución que en aquel campo de honor escribisteis
con vuestra sangre.
¡ARGENTINOS
TODOS! ¡Llegó el día de mejor porvenir para la Patria! A vosotros cumple ahora
el noble esfuerzo de levantar del suelo ensangrentado el Pabellón de Belgrano,
para enarbolarlo gloriosamente sobre las cabezas de nuestros liberticidas
enemigos!
COMPATRIOTAS:
¡A LAS ARMAS!...¡es el grito que se arranca del corazón de todos los bue nos
argentinos!
¡ABAJO
los infractores de la ley! Abajo los traidores a la Patria! Abajo los
mercaderes de
Cruces
en la Uruguayana, a precio de oro, de lágrimas y de sangre Argentina y
Oriental!
¡ATRAS
los usurpadores de las rentas y derechos de las provincias en beneficio de un
pueblo vano, déspota e indolente!
¡SOLDADOS
FEDERALES! nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el
órden común, la paz y la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás
Repúblicas Americanas. ¡¡Ay de aquél que infrinja este programa!!
¡COMPATRIOTAS
NACIONALISTAS! el campo de la lid nos mostrará al enemigo; allá os invita a
recoger los laureles del triunfo o la muerte, vuestro jefe y amigo.
FELIPE
VARELA
Campamento
en marcha, Diciembre 6 de 1866.
(Tipografía
del Progreso,
Potosí,
1868)
Fuente
Bazán, Raúl; Guzman, Gaspar H.; Pérez Fuentes, G. y Olmos, Ramón R. – Felipe Varela, Su Historia.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Luna, Félix – Felipe Varela – Buenos Aires (2000).
Turone, Gabriel O. A – Felipe Varela – Buenos Aires (2007)
www.revisionistas.com.ar
Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
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